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Manuel Álvarez-Valdés Valdés Amigo del Club de Viajes |
El Club de Viajes de Cajastur sabe simultanear los grandes periplos transoceánicos con otros a lugares más próximos, que permiten a los viajeros practicar un turismo interior doblemente interesante: en primer lugar, porque sirven para conocer, o “repasar”, lugares de España cargados de historia; y, en segundo lugar, porque añaden el atractivo de que allí se está celebrando temporalmente un acontecimiento muy instructivo. Tal es el caso del viaje cultural a Ponferrada, que tuvo lugar el 29 de septiembre de 2007, donde estaba abierta la XIV edición de “Las Edades del Hombre”.
Con un ambiente otoñal de cielos
cubiertos por nubes que nos acompañarían todo el día, la expedición (37
personas) llegó a Ponferrada pasadas las 10 de la mañana. Sin tiempo para
percibir el desarrollo urbano k propicio fundamente la actividad minera, años
atrás, tan distinto – y mucho más acertado – que el de las cuencas mineras
asturianas en sus tiempos de esplendor, pasamos a contemplar el castillo de los
templarios, sin poder ver el interior; está francamente bien conservado o
restaurado, sin los provocadores añadidos ultramodernos que se ven en otros
sitios análogos. Esa visión nos llevó a recordar la que es considerada como la
mejor novela histórica de la literatura española: El señor de Bembibre,
escrita por Enrique Gil y Carrasco donde se recoge el final de un período que
causó sensación en la Europa feudal: la disolución de la orden miliar y
monástica de los templarios, que lo fueron precisamente por haber alcanzado
demasiado poderío frente al de los reyes. Justo en estas fechas se publican
contenidos de los archivos vaticanos secretos, que servirán para esclarecer más
los sucesos de aquellos días.
Precisamente por la calle, cuesta
arriba, que lleva el nombre del novelista, paseamos hacia la plaza de la Encina,
y vemos la fachada de la casa llamada “de los escudos”, hoy Museo de la Radio,
iniciativa de un ponferradino popular, Luís del Olmo. Dicha plaza, que lleva el
nombre de la advocación mariana de la patrona de la villa, es muy sosa, lo mismo
que la próxima del Ayuntamiento: son superficies poligonales sin ningún elemento
que les dé personalidad propia; a falta de monumentos o jardines; estos rincones
en abertal podrían hacerse algo más acogedores simplemente amueblándolos con
unos árboles y unos cuantos bancos,
donde poder sentarse los habitantes o
descansar los forasteros, que es seguro que existieron en tiempos no muy lejanos
quizás, antes de que hicieran su aparición por aquí los” paisajistas urbanos” de
nuestros días, a los que, en bastantes casos, su ansia infinita de originalidad
les lleva a eliminar tan sencillos restos del pasado para, en cambio, elaborar
un “diseño” que convierte en un desierto lo que debería ser un lugar de
encuentro para los vecinos y de reposo para los viajeros. Lo que todavía no han
conseguido esos iconoclastas es eliminar los nombres significativos de las
calles del entorno: de las aceiterías, de las carnicerías, del paraisín, del
reloj, que nos hacen viajar en la historia a tiempos gremiales. También quedan
en pie el convento de las concepcionistas, la torre del reloj, la cárcel real
(hoy Museo del Bierzo), todas del siglo XVI, y media docena de casas blasonadas
de los siglos XVII y XVIII.
Pero el objetivo fundamental del viaje era visitar la XIV edición de las “Edades del Hombre”, que consigue concentrar en relativamente poco espacio, en este caso la basílica de la Encina (siglos XVI-XVIII) y la iglesia de san Andrés (siglo XVII), tantas obras de arte que atesoran las iglesias y conventos de León y Castilla, que parecen salir de un enorme saco, sin fondo por suerte. La visita estuvo muy bien organizada y expuesta, y pudo ser contemplada con comodidad la exposición, con la dirección de un guía excelente. Por suerte, ¡qué lejos estamos de aquellos antiguos charlatanes que, en otros tiempos, recitaban sin cambiar una coma sus pobres comentarios, como si fuesen papagayos…!
Esta edición que lleva el titulo de “Yo
camino” es, sin rebozo, tributaria del de las peregrinaciones a Santiago de
Compostela, que dieron vida a todos los pueblos del llamado camino francés. Este
y otros itinerarios fueron un prologado acontecimiento medieval, del que esta
exposición ofrece un testimonio, que aunque necesariamente tiene que ser
parcial, es muy importante, y cuyas piezas no volveremos a ver, seguramente, en
nuestra vida. Un gran aplauso merece la idea de dar a cada uno de los ocho
capítulos en que se divide, rúbricas tomadas del episodio de los discípulos que
se encuentran en Emaús con Jesucristo resucitado (San Lucas, 24, l3-35); esa
feliz iniciativa sirve para destacar que las peregrinaciones a Santiago son,
ante todo, un fenómeno religioso, por mucho que se quiera encasillarlo, con un
relativismo inaceptable, como algo simplemente cultural o folclórico.
Es imposible resumir en unas líneas el sentimiento que se consigue al deambular por las sucesivas salas; el curioso, el que quiera volver a vivirlo tiene a su disposición el documentado tomo que lleva también por titulo “Yo camino”, redactado por un plantel de especialistas, y en el que cada uno puede elegir las piezas que más le han llamado la atención: el tapiz de la Fe de Francisco Geubels, la “Flagelación” de Fernando Gallego, el “Santiago apóstol y peregrino” de Diego de Siloé, las tallas policromadas de los cuatro evangelistas de Juan de Valmaseda, el “Jesús y el Cirineo” copia del Tiziano, la Virgen peregrina de “La Roldana”, el cenotafio de San Juan de Ortega, o la enorme pila bautismal de Redecilla del Camino…, y tantas otras.
Como la contemplación del arte abre el apetito, terminada la visita, nos trasladamos al Hotel Rural de Floriana en Molinaseca, donde disfrutamos de un almuerzo sabroso, abundante, bien servido y regado con vinos del país (blanco y tinto), menú que nos hizo olvidar el botillo berciano, y que fue consumido con complacencia por los viajeros asturianos.