Pablo de la Varga Amigo del Club de Viajes |
Normalmente los montañeros cuando van de escalada al Urriellu lohacen por Sotres, hay algunos que cuando regresan, bajan por La Canal de Camburero. Pero muchas veces se tropiezan con la niebla; el que pisa mal se arriesga a despeñarse.
Al cabo de ciento veinte minutos de bajada soportando esa lluvia infinita y fría, aparecieron aquellos grandes árboles. Habíamos llegado al mejor hotel, aquel aldeano nos dejó entrar en él. Era un pajar de Bulnes. Veníamos de arriba, del Naranjo, no traíamos peligro, éramos unos mas. Los peligrosos son los que vienen de abajo; lo sabían desde la época de los romanos, fundadores del pueblo.
Bulnes en el corazón de los Picos de Europa, dividido en dos barrios La Villa ó Bulnes de Abajo donde estaba el Templo ahora Iglesia y El Pueblo o Barrio del Castillo en lo alto desde donde se vigilaba.
Veinte vecinos, poco más de veinte casas. Aparecieron por allí unas señoras bien vestidas y bien desayunadas, lo hicieron en Cangas de Onís siguiendo el programa del Club de Viajes de la Hermandad de Empleados de CajAstur, preguntando cual era el camino para poder ver El Urriellu, el aldeano se lo indicó a la vez que sentía en la nuca aquel cosquilleo, al volverse se tropezó con la mirada del montañero, bien vestido, como ellas, y de hito en hito ambos la desviaron al suelo.
Lo que estamos perdiendo, lo que estamos ganando con el funicular. Nosotros habíamos subido en dos grupos, recorrimos aquella historia y bajamos en otros dos, para dirigirnos a Panes.
Panes, pueblo de Asturias, Peñamellera Baja, a caballo entre el Deva y el Cares con coto y pescadores de salmones. Entre la mar y la montaña con su paisaje protegido de la Sierra del Cuera, con su museo del Bolo, con su piscina pública, área recreativa, campo de fútbol, centro de salud, farmacia, Iglesia, cuartel.
Comimos pote, buen pote, en el restaurante del Hotel Covadonga, lógicamente ya reservado por los buenos organizadores de la excursión.
Sesteábamos en el autobús de la Hermandad; algunos con el dedo índice indicaban entre los cristales las crestas de las montañas, otros con el mismo dedo las águilas y los menos sin dedo porque chillaban haber visto al zorro y despertaban a los soñadores.
En Liébana, Cantabria, empezaron con el prerrománico asturiano continuaron con el mozárabe pero las limosnas de los fieles y las indulgencias de los obispos terminaron haciendo un monasterio de gótico monástico que vibra como las cuerdas de una guitarra y resplandece como El Escorial.
Un monje Toribio, Obispo de Palencia de regla benedictina, se retiró allí del mundo, pero las espadas y los moros andaban de por medio y no le fue bien.
Otro obispo llamado Toribio, en este caso de Astorga, peleó en Jerusalén y trajo un trozo de la Cruz de Cristo, allí lo enterraron y El Lignum Crucis fue lo que nosotros besamos. El sitio pasó a llamarse Santo Toribio de Liébana, lugar en el que se ganan Jubileos e Indulgencias Plenarias, si es el año en que la Fiesta del Santo coincide en domingo.
Un paseo por la parte medieval de Potes con la buena gente y los amigos recién hechos de la excursión nos relaja sirviéndonos para llegar bien a casa según lo previsto.
¡Hasta la próxima!