José Luis Fernández Compañero de la Caja, en la Oficina de Avilés Empresas |
Faltaba poco para las cinco de la tarde del domingo 25 de junio de 2006, estábamos todos en el autobús para regresar a casa, habíamos comido en el mesón “DOS Y PINGADA”, por la mañana nos habían informado que la elección del establecimientos no había sido muy acertada, que no era un buen lugar para comer, por eso Viso hizo uso del micro y preguntó si alguien había comido mal. Casi nadie respondió por lo que se sentó e iniciamos el viaje que nos trajo de vuelta a Asturias previa parada técnica en Villaquejida.
Habíamos iniciado el viaje el viernes 23 de junio a la hora prevista, en mi caso las 16,30 horas, y se fueron cumpliendo los diferentes horarios de recogida de pasajeros con escrupulosa puntualidad, el “discreto” vehículo que nos transportaba, manejado por Luis, llegó sin ninguna incidencia a Benavente, donde se realizó la parada obligatoria y aprovechamos para estirar las piernas y tomar un refrigerio. De vuelta al autobús y continuamos el viaje llegando a Salamanca con tiempo suficiente para descargar el equipaje, y refrescarnos del viaje antes de cenar.
El hotel Abba Fonseca fue nuestro centro de operaciones durante este fin de semana. He de decir que solicité la opinión de algunos residentes en la ciudad y este hotel pasa por ser uno de los mejores de Salamanca. Sus instalaciones son magníficas y está situado en el centro histórico de la ciudad, a cinco minutos de la Plaza Mayor.
Después de cenar en el hotel, cada cual se dirigió por su cuenta a visitar la ciudad o a descansar puesto que al día siguiente nos despertarían a las 7,45.
El sábado a las 7,45 suena el teléfono de la habitación, cumpliendo la orden dada por nuestro jefe de expedición y a continuación pasamos por el comedor para desayunar, y tras ojear la prensa del día, emprender ruta hacia Ciudad Rodrigo. La mañana se presentaba fresca y el cielo cubierto amenazaba la programación -la Peña de Francia no se puede visitar si la meteorología es adversa- pero a medida que nos acercábamos a la primera de nuestras etapas del día, el cielo se fue despejando.
En Ciudad Rodrigo nos dispersamos durante una hora aproximadamente, para reunirnos ante la catedral a las 11,00 y en tres grupos, con una separación de seis minutos fuimos entrando a visitar la Exposición de “Las Edades de Hombre” KYRIOS, en la que a través de manifestaciones artísticas, escultura y pintura principalmente, aportadas desde distintas localidades de Castilla y León, junto con algunos préstamos de las cercanas Extremadura y Portugal, van desarrollando las distintas etapas de la vida de Jesús de Nazaret en cinco capítulos:
Los diferentes guías nos fueron explicando las sucesivas etapas brindándonos una detallada explicación de las diferentes piezas que componen la exposición en un itinerario por el interior de la Catedral durante hora y media.
A la salida de la exposición nos reagrupamos y esta vez Estefanía, guía local voluntaria, nos condujo en una visita guiada por la ciudad.
Comenzó relatando la leyenda de la construcción de la catedral en al que se cuenta que cuando se comenzó a erigir el edificio, el trabajo realizado durante el día era, misteriosamente, destruido durante la noche. En la época (SIGLO XII) los mirobrigenses llegaron a pensar que Santa María, a quién está consagrada, no quería que se construyese, o que era el diablo el causante de los derribos. Un soldado de la guarnición, veló las obras y descubrió que no era sino un oso el culpable y le dio muerte, un escudo en un lateral de la Catedral escenifica esta leyenda.
Continuó mostrándonos diferentes plazas, casas señoriales, palacios y la muralla construida durante el reinado de Fernando II de León en el siglo XII, amén de una vista panorámica desde la muralla, al lado del Castillo de Enrique II de Trastamara, hoy Parador Nacional, desde la que se divisa el Puente Mayor sobre el Río Águeda. Llamaron nuestra atención el gran número de escudos de armas en las fachadas que se labraron inclinados, informándonos que una versión era que tal vez fuese debido a que su propietario inicial había sido un hijo natural de un noble, si bien otra versión dice que es una moda importada de Europa central.
La ciudad intramuros está llena de arte por todas partes, desde la escultura de un verraco, de origen vetón, hasta el palacio de la Marquesa de Cartago, construido entre los siglos XIX y XX o el ayuntamiento remodelado el pasado siglo.
Una vez que nos despedimos de Estefanía, deambulamos por nuestra cuenta admirando la ciudad hasta la hora de comer, encontrándonos gran parte de los componentes de la expedición en el restaurante Estoril, excelente establecimiento hostelero con una oferta muy aceptable y unos precios más que competitivos.
Una vez satisfechas las necesidades nutricionales y tras un paseo para evitar situaciones desagradables en el autobús, nos dirigimos hacia la Peña de Francia esperando que la niebla no impidiese la ascensión al santuario (la altitud, 1.723 m. y la carretera sinuosa y estrecha hacen desaconsejable su acceso en caso de que las condiciones meteorológicas no sean óptimas). Una hora después, aproximadamente, después de una ascensión que tuvo en vilo a más de uno por lo escarpado del terreno y los precipicios que se abrían al lado de la estrecha carretera, llegamos a la cumbre donde un reducido grupo de rebecos nos dieron la bienvenida.
Media hora en la cumbre nos fue suficiente para visitar el templo del monasterio y las instalaciones anejas, así como admirar la panorámica que desde esa atalaya se puede observar, la provincia de Cáceres, el embalse Gabriel y Galán, en un muro indicando con alzas y miras, tal como si hiciéramos puntería, pudimos ver a lo lejos los núcleos de población de El Cábaco, San Martín del Castañar, Béjar y La Alberca.
De nuevo en el autobús para dirigirnos a La Alberca y tras la primera curva de descenso de nuevo los rebecos, esta vez en medio de la carretera, nos dieron la despedida.
La Alberca es un pueblo de la sierra salmantina que goza de merecida fama por su pintoresca arquitectura, y chacinería. Una parada que no estaba prevista inicialmente en el programa pero que a todos nos pareció de lo más acertada, se encuentra cerca de la Peña de Francia y nos permitió realizar algunas compras y callejear por el pueblo antes de emprender el viaje de regreso a Salamanca que habría de durar alrededor de una hora.
Llegados al hotel nos refrescamos y aquellos que conservaban fuerzas pudieron disfrutar de la noche charra, aprovechando que se celebraba la llamada NOCHE BLANCA, que consiste en permitir el libre acceso al interior de iglesias, dependencias universitarias y palacios de titularidad pública, además de amenizar las plazas con actuaciones musicales y bailes.
La mañana del domingo la guía local nos ilustró acerca de los tesoros arquitectónicos que conforman la capital del Tormes, comenzando el recorrido desde el mismo hotel, inició la vista sobre el edificio de la Universidad Pontificia contando la historia de su edificación y posteriores avatares, continuó con la Plaza de Monterrey donde se encuentran el palacio del mismo nombre, propiedad de la duquesa de Alba, la Iglesia de la Purísima y el Convento de las Agustinas y ascendiendo por la calle Compañía nos detuvo ante la Iglesia de San Benito para seguir en dirección a la Universidad Pontificia, la llamada Clerecía, ante cuya fachada principal se encuentra la Casa de las Conchas, lugar cargado de historia y desde cuyo interior, ascendiendo a la planta superior del su patio, se observan en todo su esplendor las torres de la mencionada Clerecía.
Continuamos con la obligada visita al exterior e interior de las dos catedrales, la vieja entre templo y lugar de enseñanza universitaria antaño, llena de arte y saber, como reza el blasón de la ciudad y la nueva más monumental, pero para mi gusto más fría.
Entremezclando con la explicación de la fachada de la Universidad fue desgranando anécdotas de la historia como la tradición del Lunes de Aguas o los “víctores” y pudimos admirar lo que queda de “el cielo de Salamanca”, para descendiendo por la calle Tentenecio, también de el nombre de la calle nos narró su leyenda, concluir la visita con la vista del Puente Romano sobre el Tormes y de la cercana Iglesia de Santiago.
Un breve paseo, de nuevo al hotel para recoger las maletas y al autobús para dirigirnos a comer al mesón “DOS Y PINGADA”.