Mario Blanco González Compañero de la Caja, en Sistemas-Desarrollo |
Hola a todos. He sido designado como cronista oficial del viaje a Londres que el Club de Viajes de la Hermandad de Empleados Cajastur organizó y llevó a cabo entre los días 5 y 9 de Diciembre de 2007. ¿Quizá por ser mi primer viaje?, no lo se, pero aceptada la designación, no quiero iniciar la crónica sin antes decir que todo lo referido en la misma obviamente tiene una buena dosis de subjetividad basada en la experiencia personal vivida en el citado viaje. Por ello, ruego disculpas si alguno de mis compañeros de viaje no se siente identificado con lo expuesto y acepto de buen grado todas aquellas observaciones y apreciaciones que redunden en una visión más completa y ajustada del mismo.
Son las 5 de la mañana del miércoles 5 de Diciembre de 2007 y mi mujer y yo estamos en el que creemos punto de encuentro para iniciar nuestro primera experiencia con el Club de Viajes de la Caja. Empezábamos a hacer conjeturas sobre si habríamos acertado o no con el lugar de espera, pues no veíamos a nadie con pinta de viajero en los alrededores, pero esas dudas se disiparían enseguida con la llegada de los que iban a ser nuestros compañeros de viaje y con la del autobús que nos llevaría al aeropuerto de Asturias para iniciar nuestro viaje a Londres.
Partimos de Ranón en tiempo, cosa poco habitual últimamente, con dirección a Madrid, escala obligada en este caso, para tomar el definitivo vuelo a Londres, vuelo que ya de mano se retrasó un poco por congestión (en inglés suena “coyestion”) en el aeropuerto de destino, Heathrow, justificación que oiremos aún varias veces antes de tomar tierra en él, lo que, por otra parte, nos permitió disfrutar durante unos 45 minutos de unas vistas envidiables de Londres, que fue el tiempo que estuvimos sobrevolando la zona antes de que nos permitieran aterrizar.
Londres nos recibió con un cielo cubierto y lluvia débil intermitente, lo cual no fue una sorpresa, y nos invitó a hacer nuestra primera panorámica, que aunque no contemplada en el guión inicial sí que resultó obligada, pues la “coyestion” del aeropuerto se había extendido a la ciudad, una ciudad incapaz de absorber el volumen de vehículos que por ella transita, circunstancia que generó no pocos sufrimientos a Vicente, el conductor del autobús que nos traería y llevaría por todo Londres y alrededores. Esta panorámica que en realidad ha de entenderse como el viaje hacia nuestro primer almuerzo y que duró unas dos horas, finalizó cuando decidimos finalmente acercarnos al restaurante a pie como única alternativa factible vistas las circunstancias y al que llegamos de la mano de Paquita, la guía que nos acompañaría durante todo el tiempo y que ya era conocida de anteriores viajes por algunos de los integrantes del grupo.
Inusualmente tarde para los ingleses, hicimos nuestra primera comida en Londres en el restaurante “Prince of Wales” (Príncipe de Gales), restaurante famoso por sus empanadillas. Bueno, en este punto, para evitar equívocos, quiero decir que salvo indicación expresa, cuando haga referencia a las deliciosas comidas londinenses ha de entenderse con un grado de ironía considerable y es que son esos momentos en los que te das cuenta de lo bien, pero bien, que se come en España.
Durante la comida, a través de los ventanales pudimos ver con alivio como las nubes se vaciaban y la lluvia se ausentaba el resto de la tarde-noche, lo que fue muy de agradecer.
Finalizada la comida, nos fuimos al hotel Copthorne Tara, en Kensington, hotel confortable y muy bien ubicado, desde el que hicimos nuestra primera incursión en solitario en la ciudad, una ciudad abierta y cosmopolita en la que no te sientes extraño.
Tras este paseo desde el cuartel general que fue el hotel, partimos para celebrar nuestra primera cena que tuvo lugar en el restaurante-pub “Zetland Arms”, del que más tarde salimos para visitar y pasear la ciudad en la noche y ver así el Londres iluminado, paseo guiado y tutelado por Montse, guía local, aunque española, que se unió al grupo durante la cena y que se merece una mención especial por su trabajo y atención con nosotros, poseedora de un conocimiento extraordinario de la ciudad y de su historia que supo transmitirnos con soltura y amenidad. Sin ella el viaje no hubiera sido igual. Un diez para Montse.
Por cierto, que Londres no es una ciudad que sobresalga por su iluminación, que es muy tenue y que, salvo en puntos muy específicos en que los establecimientos privados aportan su luminaria, te hace darte cuenta de que Jack the Ripper (Jack el destripador) no hubiera encontrado mejor escenario. Lo que echamos en falta fue la niebla, la famosa niebla de Londres, ¡ que no hubo !, y es que, según nos explicó Montse, aquella niebla no era ... digamos natural, sino que era provocada por las innumerables chimeneas que pueblan los tejados de la ciudad y que de un tiempo a esta parte han dejado de humear en beneficio de los sistemas de calefacción eléctricos y de gas. Así que ya lo sabeis, la niebla ya no debe considerarse como algo inherente a la ciudad de Londres, lo cual no implica que en determinados días pueda haberla, pero ésta ya de verdad.
Tras pasar por Picadilly Circus, Trafalgar Square y la catedral de San Pablo, entre otros puntos de interés, que repetiremos en posteriores panorámicas, dejamos el autobús junto a los muelles de Santa Catalina, cuya entrada está presidida por dos elefantes, como recuerdo de la Compañía de Indias que antaño dio tanto dinamismo a estos muelles con el transporte de mercancías, entre ellas el marfil (de ahí los elefantes), e iniciamos un recorrido a pie realmente interesante y bonito en el que pudimos ver por ejemplo urbanizaciones que en lugar de patio de luces tienen embarcaderos privados con unos yates ciertamente importantes, ¡ alguno con nombre español !, también pudimos disfrutar de una vista privilegiada del Tower Bridge iluminado, precioso, que sirvió de fondo para una de las fotografías de grupo que nos hicimos. Acabamos el paseo en un pub de la zona muy representativo, el Dickens, para, a continuación, volver al autobús y sumergirnos en un merecido y reparador descanso, pues no por sabido puedo dejar de hacer la observación de que la vida del turista es dura, muy dura, y más, si cabe, el primer día de viaje.
Bien, es jueves 6 de Diciembre de 2007 y va a ser una jornada apretada. A las nueve de la mañana iniciamos una panorámica de la ciudad (esta panorámica sí que estaba en el guión como tal) y pudimos deleitarnos con el Albert Hall, el palacio de Buckingham y el famoso cambio de guardia, con un paseo por el parque de St. James, plagado de ardillas y patos, el puente de Waterloo, Parlamento, Big Ben, la city o núcleo financiero de la ciudad, etc... para finalizar en otro restaurante típico con una deliciosa comida, decían que típica de Navidad, lo que puede entenderse como especial, así que mejor no pensar en las del resto del año ...
Tras la comida visitamos la catedral de San Pablo, espléndida y monumental, para rematar a continuación con el Museo Británico en el que principalmente nos detuvimos en las salas de Egipto, Siria y Grecia. Una tarde fantástica en la que Montse, a la que ya presenté el día anterior, hizo toda una demostración de su saber hacer.
Finalizamos el día, tras la parada obligatoria en el hotel, en un restaurante de nombre italiano, pero de costumbres inglesas. En este restaurante pudimos comprobar lo nervioso que se puede poner un camarero inglés por 5 peniques y la flema británica, por llamarlo de algún modo, que aplica cuando te escamotea a ti una libra... ¡ y todo ello en la misma operación !
¿Dije que el día había estado cubierto y con lluvia débil?, ¿no?, pues eso.
Y ¡hala!, que ya es viernes 7 de Diciembre de 2007. El tiempo pasa volando. Hoy el día, aunque no lo creais, está despejado lo que anticipa un buen día de campo y es que abandonamos Londres en dirección a Oxford y Windsor. Atravesamos la campiña inglesa, muy llana, bueno con algunas ondulaciones, pero de escasa consideración, todo muy verde, con prados bien segados y bien vallados, salpicados de vacas, ovejas y caballos.
Llegamos a Oxford a eso de las diez de la mañana y constatamos que se trataba de una ciudad limpia, tranquila y, como supongo que todos sabemos, universitaria. Visitamos uno de los muchos colegios que forman parte de su estuctura y organización académica, concretamente el Brasenoise College que ocupa un edificio con aire vetusto, clásico que transmite sensaciones de quietud, de seriedad y de disciplina, si bien siempre hay lugar para un poco de fiesta, como atestiguaban dos botellas de vodka que solitarias (ya dije que estaba bastante limpio) y vacías hacían guardia junto con algunas bicicletas, a la entrada del College. En la Universidad de Oxford, nos dicen que la presión, la exigencia y la responsabilidad que el alumno tiene son enormes, algunos no lo resisten, otros, felizmente la mayoría, parece que si.
Finalizada la visita a Oxford y a sus tiendas de recuerdos-regalos (solo un ratito) proseguimos viaje hacia Windsor, lugar donde la reina Isabel tiene su segunda residencia. De camino pudimos ver los cottages de Dorchester, casas típicas con techo de paja que son muy escasas y también muy buscadas y valoradas.
Llegados a Windsor, nuestra primera parada fue en el restaurante donde comimos ese día que nos produjo de entrada una buena impresión. Se trataba de un restaurante creo que chipriota y en él, en mi opinión, hicimos la mejor comida de todo el viaje, baste decir que hasta había manteles en las mesas y es que, no lo había mencionado hasta ahora, pero por aquellos lares no se lleva mucho lo de poner mantel.
Y tras la comida, visita a la casa de campo de la reina. Una sola palabra, ¡ impresionante !, una enorme fortaleza de piedra, con multitud de estancias, con una ingente cantidad de tesoros en su más amplia acepción, desde joyas hasta cuadros, pasando por muebles, tapices, armas, etc... Constituyó una visita agradable que completamos con un pequeño callejeo por Windsor hasta tomar de nuevo el autobús y regresar a Londres. Después, cena y a descansar.
Sábado 8 de Diciembre de 2007. Amanecemos con lluvia, fue el día más lluvioso, principalmente por la mañana. Hoy, aunque inicialmente iba a ser el día libre que aprovecharíamos para hacer lo que cada uno tuviera en mente, como ir de compras (creo que esto todos en mayor o menor medida lo teníamos previsto), visitar otros museos y lugares o repetir los ya vistos con mayor detenimiento, ver la ciudad desde la gran noria que llaman “London eye” (ojo de Londres) o simplemente pasear, lo que hicimos en las primeras dos horas de la jornada fue visitar la Abadía de Westminster, que como todo lo visitado en días anteriores, realmente mereció la pena.
Finalizada la visita sí que ya pudimos disponer del resto del día, cada uno con arreglo a sus gustos e intereses. En nuestro caso concreto, mi mujer y yo además de a familiarizarnos con el uso del metro como medio de transporte, que en mi opinión es la mejor opción para moverse por Londres, dedicamos la mañana a visitar el mercadillo de Portobello que sin lugar a dudas recomiendo a todos aquellos que les guste el sabor antiguo de las cosas, pues lo que abundan son las tiendas de anticuarios de todo tipo de objetos. Otra opción y cita casi obligada era la visita a los emblemáticos y conocidos almacenes Harrods. Nosotros, como no, también los visitamos y para ello reservamos buena parte de la tarde. Si alguien me hiciera la pregunta de ¿qué me llamó la atención de estos almacenes?, atendiendo al grado de sorpresa o de asombro que me produjeron las cosas que vi, citaría en primer lugar la figura de Mr. Alfayed (el actual dueño de los almacenes) ubicada en una de las entradas, figura de tamaño natural sobre un pedestal flanqueado por figuras de línea egipcia. Lo que desconozco es si está ubicada ahí permanentemente o estaba cedida temporalmente por el museo de cera de Madame Tussaud, pero en esta ocasión allí estaba. En segundo lugar, la escultura que hay en el descansillo creo recordar que de la primera planta, compuesta por las gráciles figuras de su hijo Dodi Alfayed y Diana (Lady Di), están como danzando, prácticamente en el aire, sobre un pedestal que rezaba “víctimas inocentes”. Tras ella una pequeña mesa con un libro de honor, donde podías firmar (había gente que firmaba). Las sensaciones que tuve no puedo describirlas y es que, de verdad, hay que verlo. En tercer lugar el hall of foods, es decir, las tiendas de alimentación, tiendas de línea antigua, tradicional, excelentemente surtidas y salpicadas de pequeños bares, o más bien barras, donde la gente degustaba pescados, mariscos, platillos elaborados de cocina japonesa, etc... He de decir que nunca vi tanta gente junta comiendo langosta acompañada de champagne, venía a ser el equivalente de nuestro clásico vino y tapa, pero supongo que algo menos asequible. El resto de la oferta de estos almacenes ya nos sorprendió menos, pues ya se trataba de cosas más conocidas, eso si, los precios carísimos, si bien hay que reconocer que en estos almacenes se venden marcas, las mejores, y ya se sabe... Pero el tema de precios caros, es algo que no es exclusivo de Harrods, todo es caro en Londres, significativamente más caro que en España.
Pues bien, tras este atracón visual y con la cabeza dolorida de hacer el cálculo de precios en Euros, e incluso en pesetas, finalizamos la jornada con la cena en la que nos sirvieron unas espléndidas lentejas, quien las probó sabe de la cantidad de hierro que éstas en concreto tenían.
Ya solo restaba volver al hotel para hacer de nuevo las maletas, pues nuestra estancia en Londres tocaba a su fin.
Domingo 9 de Diciembre de 2007. Llegó el día de regresar a casa. En esta ocasión los vuelos no tuvieron retrasos y al igual que a la ida, las maletas llegaron con nosotros, así que nada que objetar en este sentido. A las 19:00 horas aterrizamos en nuestra querida Asturias. Contentos, de regresar como suele pasar cuando viajas, pero también muy felices de haber conocido una ciudad que merece la pena visitar y vivir, una ciudad que, sin conocerla, te cohibe por su magnitud, pero que una vez en ella, como señalé al principio, te acoge sin reservas. En definitiva, un viaje estupendo que respondió a nuestras expectativas.
Concluyo esta crónica agradeciendo la labor de las guías y conductor que estuvieron con nosotros, pero también quiero mencionar y asimismo agradecer los desvelos de Viso y de José Antonio (organizadores por parte del Club de Viajes de la Hermandad de Empleados de Cajastur) para que todo saliese bien... y para que fuéramos puntuales, así como el buen clima que reinó entre todos los que integramos el grupo. Espero que volvamos a coincidir en futuros viajes.
Un abrazo a todos y hasta la próxima.