Felipe Muñoz Cantón Compañero de la Caja, en Zona de Avilés |
“Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante”
Parecido a Lope de Vega se encontró quien esto escribe cuando, bien avanzado noviembre, se me dijo que debería hacer la crónica del viaje a Palencia realizado los días 1 y 2 de septiembre. Pero como reto lo tomé y con algo de memoria y más empeño que resultado, aquí van mis recuerdos, a la vez que pido disculpas si se desliza alguna inexactitud.
El citado día 1, bien temprano, fue el inicio con la ronda del autobús para recoger a los viajeros. El trayecto se realizó sin novedad, llegando a la capital castellana cerca del mediodía.
Allí nos aguardaban María José y Jano, amigos de Carmen y que hicieron durante todo el fin de semana de estupendos guías.
Primeramente fuimos hasta el Cristo del Otero, imponente escultura realizada en 1930, símbolo de la ciudad, a la que parece vigilar desde la distancia.
Posteriormente y tras una breve visita panorámica, nos dirigimos a la catedral de San Antolín, gótica con elementos renacentistas, que recorrimos con un “joven guía, sacerdote curtido en mil batallas, pero un tanto tedioso en sus explicaciones para mí parecer.
No muy lejos se encuentra la iglesia de San Miguel, donde se dice que casó El Cid con nuestra paisana Doña Jimena.
Después de un breve callejeo, llegamos a la Calle Mayor, principal arteria comercial de la ciudad y que parece ser el punto de encuentro por antonomasia de los palentinos, así como su cercana Plaza Mayor, bulliciosa y con ambiente festivo puesto que las ferias de San Antolín, patrono de la ciudad, habían comenzado.
Parecían gentes alegres y con buen humor y que afrontan los problemas con estilo. Por ejemplo, de todos son conocidos los daños que los roedores provocan en el campo, con destrozos de cosechas, raíces y plantas. Alguno llevaba camiseta en donde se podía leer “aquí topillo, aquí te mato”, como gráficamente dejó constancia Viso en su cámara de fotos.
En esto llegó la hora de comer y el autobús nos acercó a Tarriego del Cerrato, donde el Mesón del Cerrato nos tenía dispuesta una más que apetecible comida, regada con vino de la tierra y que a todos gustó, tanto por la calidad como por la cantidad.
Sin tiempo casi para alabanzas, nuevamente al autobús para llegar a la cercana San Juan de Baños, preciosa iglesia basilical con tres naves, en principio visigoda (siglo VII) y con añadidos góticos, cuya construcción se atribuye a Recesvinto. Me explico, hay en la iglesia una inscripción en un latín de andar por casa (como si uno lo dominase) en el que se dice que dicho godo la mandó construir en el año no sé cuantos de su reinado, pero la tradición dice que la mandó consagrar porque se curó de una dolencia renal gracias a las aguas de una cercana fuente. Pudiera ser esa la causa o la belleza del entorno; en cualquier caso, gracias Recesvinto.
La fuente existe y es del tiempo de los romanos y está probada la existencia de termas de la época.
Volvemos a Palencia y nos alojamos en el Hotel Castilla la Vieja, asignándonos las habitaciones. Después de un descanso, hacemos nueva visita por la ciudad, tanto por la parte vieja como por la nueva; tenemos libertad para cenar y cada uno lo hace donde buenamente puede, puesto que la capital es un hervidero de gente.
Al día siguiente, con renovados bríos y después de desayunar y de acomodar las maletas en el autobús, nos encaminamos a Támara; por cierto ¿alguien oyó antes hablar de dicho sitio?. Hombre, sí, allí fue la famosa batalla entre los reyes de Castilla y de León, y en la que se logró la primera unión de los dos reinos.
Eso lo sabe cualquiera…. que haya oído a la polifacética guía que amablemente nos atendió y nos enseñó la Iglesia parroquial de San Hipólito, verdadera catedral gótica, con coro y órgano de los más antiguos de Europa y maravillas como aquella columna de madera y que sostenía la escalera de acceso al coro, o aquel púlpito tan original, entre otras.
Creo que esta visita fue una gran y agradable sorpresa para todos.
De nuevo al autobús y nos vamos a Astudillo, para visitar la sede de una de las peñas de amigos que existen en la localidad y en donde celebran sus encuentros.
Llegados a este punto, permítaseme una crítica con todo el respeto. Sé que confeccionar un programa tan apretado es difícil, que a todos no se puede contentar, pero creo que esta visita sobraba. El tiempo que allí empleamos, nos faltó para poder ver con algo de calma, Frómista, Villalcázar de Sirga y Carrión de los Condes.
Así, de Astudillo salimos y nos detuvimos brevemente en las esclusas del Canal de Castilla, antes de llegar a Frómista, situada en pleno itinerario francés del Camino de Santiago y cuya. iglesia de San Martín, con sus inconfundibles y originales torres cilíndricas es una de las joyas del románico europeo; no pudimos visitar su interior porque hacía cinco minutos que la habían cerrado para el público…
Seguimos hasta Villalcázar de Sirga, en donde su iglesia de Santa María la Blanca evoca aires de fortaleza, en su transición del románico al gótico; no se puede olvidar que parece que fue una encomienda templaria. Si el templo estuviera abierto, podríamos haber visto seguramente los sepulcros policromados de Don Felipe, infante hermano de Alfonso X el Sabio, y el de su esposa Doña Leonor.
Y qué decir de nuestra etapa final, Carrión de los Condes, así llamada por aquellos nobles de finales del Siglo XI, que construyeron un hospital de peregrinos, el puente sobre el río Carrión y el convento benedictino de San Zoilo, ahora convertido en lujoso hotel y en donde damos cuenta de otra buena comida.
Bien, como dijo aquel general, “volveré” y me reconfortaré viendo lo que ahora no pude.
El viaje de vuelta lo hacemos cansados, pero enormemente satisfechos, al menos quien esto escribe.
Por cierto, Lope terminaba su encargo así
“Ya estoy en el segundo, y aún sospecho
que voy con los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho”
PUES ESO