CRÓNICAS 2007

PRAGA - VIENA - BUDAPEST

José Maximino Sánchez Vázquez

Compañero de la Caja, en Banca de Empresas

SÁBADO, 2 DE JUNIO DE 2007.- ASTURIAS – BARCELONA – PRAGA

Hace tiempo que teníamos marcado en nuestro calendario de viajes, realizar la visita a estas capitales europeas, y siempre, por una u otra causa quedaba relegada en favor de otros destinos que se nos antojaban más atractivos o sugerentes, según qué momento de nuestro devenir emocional atravesásemos.

Ésta era la ocasión y no estábamos dispuestos a dejarla escapar, a que se nos fuese entre los dedos como granos de arena de la última playa a la que nos guió el destino.

Teníamos el veneno del viajero corriéndonos por las venas y no nos importó el madrugón, como si de un día cualquiera de trabajo se tratara. Todos puntuales a la cita y en el autobús de Llaneza dirigiéndonos a Ranón para cumplir el primer trayecto de nuestro recorrido. Durante el mismo, y  haciendo uso de sus facultades como coordinador, Viso toma posesión del micrófono para impartirnos las primeras instrucciones y darnos la primicia de que se había conseguido poder facturar las maletas directamente hasta Praga, y así, evitar tener que acarrearlas por el aeropuerto de Barcelona.

En aquel momento, realizó Viso un comentario en tono jocoso que a la postre resultó premonitorio: “Nos ahorramos un traslado de equipajes en Barcelona, pero veremos si llega a Praga el 40% de las maletas”.

Salimos hacia Barcelona a las 9:45 h en el vuelo 6441 de Spanair, donde tras un breve deambular por los pasillos, una hora de cola para retirar la tarjeta de embarque –y es que íbamos sin maletas y no sospechábamos cuanto tiempo más del deseado-, y reponer un poco de fuerzas con los bocatas de rigor, tomamos el vuelo 689 de la Czech Airlines para Praga a las 14:00 h.

Con la llegada a Praga, tomó cuerpo la anunciada y maléfica profecía “Visoniaska”. Nos apostamos provistos de inútiles carros, ignorantes de lo iba a acontecer, ante la cinta transportadora de equipajes nº 22 que indicaba nuestro vuelo de procedencia. A medida que pasaba el tiempo e iban saliendo las maletas, las caras de los componentes del grupo cambiaban de semblante y comenzaban a aparecer los comentarios irónicos, fruto de la desesperación y del desencanto, pues nuestras maletas no aparecían: “Habrá que ir a buscarlas a Barcelona”. “Las habrán mandado para Tegucigalpa”. “Estarán en Estambul, total, en la que estamos, no nos costaría nada cambiar de viaje”.

¡¡ Y NO APARECIERON !!

Siguiente acto de esta opereta, presentación de la correspondiente denuncia de extravío de 60 maletas, algunos con el nerviosismo decían 120 como si no fuesen suficientes una por cabeza, ante los servicios del aeropuerto.

Este contratiempo consiguió retrasar nuestro primer contacto directo con la capital de la cultura bohemia y centro del lujo austrohúngaro en el siglo XIX: la ciudad de Praga.

Tras un recorrido panorámico de la ciudad y de su río Moldava, ya que nuestro hotel estaba situado en un barrio nuevo en el lado opuesto al aeropuerto, llegamos alCourtyard Marrtiott Prague Flora, francamente confortable y una cocina que en la cena casi consiguió que nos olvidásemos del sobresalto del día: la pérdida de las maletas.

Estábamos decididos a que la desgracia no marcase las pautas de nuestro viaje, así que, acabada la cena y haciendo arrogancia de la más pura picaresca de nuestro Siglo de Oro, nos colamos en el metro y a las 21:00 h. en punto, estábamos en la Plaza de la Ciudad Vieja ante el Reloj Astronómico del Ayuntamiento, dispuestos a ver el carrusel de sus figuras mecánicas, oír el canto del gallo y las campanadas de las horas de esta obra fascinante del siglo XV.

Mientras el espectáculo se sucedía, con la plaza repleta de gente y de terrazas de restaurantes y cafés, la noche comenzaba a dejar caer su manto sobre Praga, las luces de las farolas a encenderse paulatinamente y el escenario llegaba a su esplendor cuando la iglesias de Nuestra Señora de Tyn, con sus campanarios góticos, quedaba iluminada con dos tonalidades de luz que la hacían resplandecer por encima de la plaza.

Satisfechos con este primer encuentro, regresamos al hotel, por el mismo camino y procedimiento utilizado a la ida, para confirmar que las maletas no habían llegado –cabía la posibilidad de que lo hubiesen hecho en el vuelo de las 10 de la noche- y descansar después de una larga y ajetreada jornada.

DOMINGO, 3 DE JUNIO DE 2007.- PRAGA

Después de darle el trato que se merecía al desayuno-buffet del hotel, por cierto, muy variado y con un servicio exquisito, nos dispusimos a adentrarnos en los territorios de un personaje que nos acompañaría durante todo el viaje y del que veríamos las marcadas huellas que fue dejando en la historia de estas ciudades: la Emperatriz Maria Teresa de Habsburgo.

Estábamos preparados para dejarnos disolver por las calles de la ciudad de Praga y fue la suave y pertinaz llovizna, que nos acompañó aquella mañana, la que casi lo consigue.

El programa de visitas nos llevó primeramente hacia el barrio judío –Josefov- a través de la comercial calle Parizska. La vieja judería de Praga, el antiguo gueto, es una evocación de una parte crucial de la historia de la capital checa. En el barrio Josefov podemos visitar seis importantes sinagogas, el Museo Hebraico y el Viejo Cementerio. No queda mucho del viejo gueto y durante años se ha ido reconstruyendo y las calles nuevas del barrio están salpicadas de edificios art nouveau juntamente con las llamadas Casas Cubistas de la calle Bilkova.

En la calle Maiselova nos encontramos con el Ayuntamiento del barrio judío, un edificio construido en el S. XVI por iniciativa del alcalde Mordechai Maisel. Está presidido por dos grandes relojes, el situado en lo alto de la torre tiene la esfera con números romanos, y el que se encuentra en la fachada, con cifras hebraicas y en el que las agujas marchan en sentido inverso.

En la calle Siroka, a espaldas del Antiguo Cementerio Judío, podemos visitar la Sinagoga Pinkas, fundada en el S. XV por el rabino del mismo nombre y hoy convertida en un monumento conmemorativo y estremecedor de los judíos de Bohemia y Moravia asesinados por los nazis entre 1939 y 1945. Es una impresionante cortina formada por los 77.297 nombres en rojo, amarillo y negro inscritos en los muros de la sinagoga.

Por un lateral de la sinagoga Pinkas y a través de uno de sus patios, nos presentamos ante la fantasmagórica visión de las 12.000 lápidas del Antiguo Cementerio Judío (Stara zidovsky hrbitov), fundado en el S. XV, durante 300 años fue el único cementerio donde se permitía enterrar a los judíos.

A pesar de haber ambientado en este cementerio un cuento suyo titulado “El sueño”, no debemos buscar en él la lápida del ilustre judío checo Franz Kafka, pues el último sepelio que se celebró fue el de Moses Beck y data del año 1787.

Mientras lo visitábamos,  surgieron algunos comentarios por parte de aquellos más detallistas, sobre un aspecto curioso del que se percataron: había piedras sobre un buen número de lápidas. Los judíos no llevan flores a los cementerios. Depositan una piedra sobre las tumbas.

La sinagoga Staronova considerada la más antigua de Europa, pues data de 1270, es uno de los primeros edificios góticos construidos en  Praga. La peculiaridad de su edificio reside en el remate triangular de ladrillos de la fachada y los dos grandes pilares octogonales que sostienen las bóvedas de cinco nervios, los cuales se entrelazan en las bóvedas de tal forma que nunca puedan formar una cruz.

En esta sinagoga se conserva el estandarte histórico de los judíos de Praga, con una estrella de David en cuyo interior se dibuja el sombrero que los judíos debían llevar en el siglo XIV, la silla del rabino Löw y una preciosa colección de candelabros de bronce. Sobre esta sinagoga existen varias leyendas populares, pero quizás la más destacada es la de que en el desván se encontraría la arcilla del Golem, el mítico, poderoso y justiciero ser que defendió a los judíos de Praga en el siglo XVI.

La que destaca por su fuerza visual es la sinagoga Española, pero también es la más nueva ya que data de mediados del siglo XIX. Por fuera es un canto al estilo andalusí con sus arcos mudéjares que recuerdan a la Alhambra. Su interior parece un trabajo de los moriscos españoles por sus estucos, artesonados y arabescos en las paredes y las esbeltas columnas sobre las que cargan los arcos de las que nacen las cúpulas.  Dentro predomina el color oro y los sorprendentes reflejos que la luz del día proporciona a la estancia a través de las vidrieras del piso superior.

Nada más salir de la sinagoga y en una plataforma sobre el jardín que la bordea, se alza la inquietante estatua de bronce de Franz Kafka, quizá tan turbadora como los relatos del escritor en cuyo honor se erigió.

Desde el barrio judío dirigimos nuestros pasos hacia el corazón de Praga, donde se encuentra la Ciudad Vieja y su plaza Mayor (Staromestske namesti), que fue el centro alrededor del cual se construyeron las casas, iglesias y la red de calles que en el siglo XIII adquirió el estatus de ciudad. La plaza de la Ciudad Vieja está rodeada por edificios históricos de los más bellos de Praga y de ella parten algunas calles como Celetna y Ovocny que aún conservan su genuino ambiente.

Gran parte de la agitada historia de Praga se conserva en los edificios que rodean la plaza de la Ciudad Vieja y en el monumento que se alza en el centro dedicado al reformista religioso y héroe checo Jan Hus, condenado a la hoguera por herejía en el concilio de Constanza en 1415. La verdad es que nos quedamos con las ganas de poder contemplar este grupo escultórico, pues se encontraba en restauración y tapado por unas pantallas, si bien este contratiempo fue suficientemente compensado con el concierto callejero que nos brindó una banda de jazz de sonido sureño.

La plaza de la Ciudad Vieja ha sido siempre el concurrido punto de encuentro, tanto de los habitantes de Praga como de los innumerables visitantes que acuden a la llamada de los encantos de esta ciudad sorprendente.

En el lado norte de la plaza cabe destacar la iglesia de San Nicolás, que originariamente fue templo parroquial, para pasar después a capilla monástica benedictina y más tarde capilla de la guarnición militar y sala de conciertos. El edificio actual data del siglo XVIII, su fachada está ornamentada con estatuas obra de Antonín Braun y la cúpula está decorada con frescos de las vidas de San Nicolás y San Benito, obra de Kosmas Damian Asam.

El palacio gótico urbano de la casa de la Campana de Piedra, el rococó palacio Kinsky, el art nouveau del Ministerio de Desarrollo Local y la iglesia gótica de Nuestra Señora de Tyn, componen el lado este de la plaza.

Un bello conjunto de casas de origen románico, gótico y renacentista, con fascinantes detalles, que en ocasiones dan nombre por el que se conoce al edificio, y el colorido de sus fachadas componen un no menos atractivo lado sur de la plaza. Entre ellos podemos destacar el edificio renacentista de la Casa Storch, la casa del Carnero de Piedra de principios del XVI, la casa del Unicornio Dorado, la casa de Las Cigüeñas y la Casa Ochs del siglo XV, junto al que se encuentra el Pasaje de Melantrichova, una de las antiguas entradas a la plaza de la Ciudad Vieja.

Pero el edificio emblemático de la plaza y una de las construcciones más llamativas de Praga es el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja y su Reloj Astronómico. Se inició su construcción en 1338 por iniciativa del rey Juan de Luxemburgo. A lo largo de los años se fueron añadiendo, en un principio la torre 1364 y en sucesivas ocasiones casas antiguas hasta formar el actual conjunto de bellos edificios góticos y renacentistas. El ayuntamiento instaló el primer reloj a principios del siglo XV, siendo reconstruido a finales del mismo siglo y perfeccionado su mecanismo en el XVI. Ha conseguido tal fama que es multitud los espectadores que se congregan cada vez que el reloj marca la hora en punto.

El espectáculo comienza con la figura de la Muerte tirando de la cadena de una campanilla con la mano derecha e invirtiendo un reloj de arena con la izquierda. Seguidamente se abren dos ventanas y comienza el desfile de los doce Apóstoles. Cuando termina la procesión un Gallo canta y el reloj marca la hora. El Reloj Astronómico tiene dos esferas y su finalidad era la de reproducir las orbitas del sol y la luna alrededor de la tierra. En la superior, la aguja que marca las horas señala tres sistemas horarios diferentes. El círculo exterior con números árabes medievales, indica la antigua medida temporal de Bohemia. El círculo de numeración romana el tiempo tal como lo conocemos. La parte azul de la esfera que representa al cielo visible, se divide en 12 partes y señala el llamado horario babilónico. En un círculo interior más pequeño muestra el movimiento del sol y la luna a través de los 12 signos del zodiaco. La esfera inferior representa un calendario.

Antes de continuar, quisiéramos hacer una recomendación al Ayuntamiento de Praga: que se decidan a darle un repaso de mantenimiento al Reloj Astronómico, cuyo desfile de figuras mecánicas ya no se produce a todas las horas en punto y ha ocasionado desilusiones dentro de algunos grupos de visitantes que acudieron a la cita a la que no se puede faltar en Praga.

Salimos de la Plaza de la Ciudad Vieja por la Malé namestí, donde nos encontramos con el edificio U Rott, antigua ferretería con fachada decorada con pinturas de Mikulas Ales, del siglo XIX.

Si lo hiciésemos por el lado contrario, a través de la calle Celetná, llegaríamos a la llamada Puerta de la Pólvora, que data del siglo XI y formaba parte de una de las 13 entradas de la Ciudad Vieja. Al otro lado de la arcada de la Puerta de la Pólvora, en la namestí Republiky (Plaza de la República), se encuentra el edificio art nouveau más relevante de Praga, hoy centro cultural y lugar donde el 28 de octubre de 1918 se proclamó el estado independiente de Checoslovaquia: la Casa Municipal (Obecní dum).

Siguiendo el recorrido donde lo habíamos abandonado, dirigiéndonos a la calle Karlova, cruzamos la calle Husova, en la que a pocos metros de la encrucijada nos sorprendemos con el magnífico palacio barroco de Clam-Gallas. Su fastuoso portal está flanqueado por dos pares de gigantescas estatuas de Hércules y los pedestales que las sostienen, decorados con bajorrelieves que representan algunos de los mitológicos trabajos del héroe griego.

Continuando por la calle Karlova, en una de las casas de esta antigua calle pudimos observar sobre una balconada la escultura art nouveau de la legendaria princesa Libussa rodeada de rosas. Al final de esta estrecha y sinuosa pero bonita calle salpicada de tiendas y casas con fachadas barrocas y renacentistas, llegamos a la plaza de los Caballeros Cruzados, donde podemos ver el Clementinum, antigua universidad jesuita, la iglesia de S. Francisco hoy utilizada como sala de conciertos, la estatua de Carlos IV y la magnífica torre gótica del Puente de la Ciudad Vieja que da paso al esplendoroso Puente de Carlos IV sobre el río Moldava. Data del siglo XIV y en un principio su decoración se limitaba a una cruz. La primera estatua se colocó en 1683 y fue la de San Juan Nepomuceno, esa que tiene el bajorrelieve desgastado porque la tradición dice que tocarlo da buena suerte.

Sería traicionar un poco los sentimientos de los miembros de grupo, si antes del placer, no se hace referencia a esa intermitente molestia que acude y se aleja de nuestros pensamientos y no ceja en recordarnos el bien que nos haría poder cambiarnos de ropa. Bien mirado, aunque desde un ángulo muy pero que muy optimista, esta situación nos está ayudando a identificarnos dentro del grupo al llevar siempre las mismas prendas. ¡Ésa es Fulanita, la de la blusa verde! ¡Y aquel Zutano el del polo a rayas rojas y blancas!

¡SIN NOTICIAS DE LAS MALETAS! Y el presentimiento es el de que hoy tampoco las tendremos y no nos quedará más remedio que empezar a comprar algunas cosillas indispensables.

Después de la reivindicación ya nos podemos ir a esa taberna tradicional donde lo más destacado es la cerveza que nos pueden servir y que tanta fama tiene.

Continuando con el paseo llegamos al Pivo Bar, la taberna donde nos tienen reservada una comida típicamente checa. Comenzamos por una sorprendente sopa que nos sirven sobre pan a modo de plato. No sabemos si fue más por la presentación que por el sabor en sí, pero tuvo su moderado éxito. Lo que verdaderamente encantó a la mayoría de carnívoros que poblaban las mesas de aquella taberna, fue el codillo que pusieron a continuación en nuestros platos, y sobre todo, el dorado líquido que hizo honor a su merecida fama: la cerveza (pivo, en checo).

Terminado el almuerzo y su sobremesa, nos desplazamos en autobús, continuando con el itinerario previsto de visitas para ese día, hasta el Castillo de Praga, lugar donde se inicia la historia de Praga con su fundación en el siglo IX.

Intramuros del castillo se fueron construyendo palacios, iglesias y monasterios que a pesar de los sucesivos incendios e invasiones sufridos, conserva elementos representativos de cada período de su historia, desde el austero y de sencillas líneas del románico San Jorge, pasando por el esplendoroso gótico de la catedral de San Vito, hasta las ampliaciones renacentistas del siglo XVIII promovidas por el último de los Habsburgo Rodolfo II. Desde 1918 se convirtió en sede de la Presidencia checoslovaca y actualmente el presidente checo tiene en él su despacho.

Debido a esta circunstancia de carácter político y protocolario, nuestra llegada al castillo es recibida con el espectáculo de la Guardia Real en el relevo de la guardia. Después de este vistoso juego de artificio, nos dirigimos a contemplar el estilizado edificio gótico de la catedral de San Vito.

Quizás el monumento más representativo de Praga, se inició su construcción en 1344 bajo los auspicios del rey Juan de Luxemburgo, en el lugar donde se encontraba ubicada la Rotonda de San Vito mandada construir por San Wenceslao, y no se completa y consagra la catedral hasta 1929. Alberga las joyas de la Corona y la tumba de San Wenceslao.

La visita de la catedral supone un recorrido de 1.000 años de historia y los diferentes estilos arquitectónicos que la conforman, desde el inicial gótico, pasando por el  barroco, el renacentista y el neogótico.

Los estilizados arcos arbotantes que rodean el exterior de la nave y del presbiterio configuran la idea de que nos hallamos ante la visión de una catedral gótica. Si bien de este estilo nos encontraremos el presbiterio del siglo XIV, en el que destaca la elevada bóveda con la compleja tracería de sus nervios; la capilla de San Wenceslao ricamente ornamentada con frescos de estilo gótico y mosaicos de piedras preciosas, y el Pórtico Dorado, hasta el siglo XIX era la entrada principal de la catedral, decorado con un mosaico que representa escenas del Juicio Final, obra de artesanos venecianos del siglo XIV. En el atrio, podemos contemplar un magnífico y sorprendente abanico de nervios que sostienen los tres arcos góticos del Pórtico Dorado.

El campanario es de estilo renacentista coronado con cúpula de estilo barroco. Y la nave y el pórtico principal del lado oeste son de estilo neogótico y corresponden a una ampliación de la catedral realizada durante los siglos XIX y XX, aunque ejecutando fielmente unos planos del siglo XIV. Las preciosas vidrieras policromadas de esta zona de la catedral son del siglo XX y realizadas por el artista checo Alfons Mucha.

Al Oratorio Real, de estilo gótico tardío del siglo XV con una curiosa bóveda cuyos nervios tienen forma de ramas, llega un pasaje elevado desde el Palacio Real por el que los gobernantes se acercaban a los oficios en la catedral de San Vito.

En el Palacio Real conviven los estilos románico, gótico, barroco y renacentista, que se corresponden con su construcción primigenia, las sucesivas ampliaciones y reconstrucciones debidas a incendios y gustos de la época en que cada gobernante convirtió este palacio en su residencia. Es un edificio que sufrió los múltiples avatares de su historia, como corresponde a uno de los centros neurálgicos donde se decidían aspectos muy importantes de la Europa de aquellas épocas. No nos olvidemos, que en una de sus salas entonces Cancillería de los Habsburgo, tuvo lugar la defenestración de 1618, hecho que dio origen al comienzo de la Guerra de los 30 años.

Inició su construcción Sobeslao I en 1135 en estilo románico y es lo que hoy conforma el sótano del edificio actual. Más tarde, en el siglo XIII Premysl Otakar II añade su propio palacio en estilo gótico. Con Carlos IV en el poder se procede a realizar una reconstrucción del palacio y a añadirle nuevas dependencias, como la sala de la Dieta (Parlamento medieval) y la Capilla de Todos los Santos. Esta capilla sufre un incendio en 1541 y se reconstruye su bóveda y se redecora en estilo barroco.

En la planta superior se encuentra el espacio más sorprendente de este palacio, construido en estilo gótico en la última década del siglo XV, el llamado Salón de Ladislao con  su magnífica bóveda de crucería, cuyos arcos fajones descansan sobre los pilares que se intercalan entre los ventanales de esta enorme dependencia de 63 metros de largo por 16 de ancho. Su nombre lo debe a que fue mandado construir por el monarca Ladislao Jagellón. Hoy se celebran en él la elección presidencial y los actos solemnes estatales. En la época de su construcción se celebraban justas medievales y los caballeros accedían con sus monturas a través de la Escalera de los Jinetes, de anchas dimensiones y suave pendiente y con una espléndida bóveda de crucería gótica.

En los siglos XVI, XVII y XVIII se suceden las nuevas edificaciones en estilo barroco y renacentista. De estas épocas datan los salones oficiales del ala occidental construidos por Maximiliano II y Rodolfo II, el Ala Teresiana en estilo clasicista barroco, la Puerta de Matías y las salas de los Registros de Nuevas Tierras. Todos estos añadidos, reconstrucciones y modificaciones, los últimos como no realizados por nuestro omnipresente personaje Maria Teresa de Habsburgo, conforman el edificio que hoy conocemos como el Nuevo Palacio Real de Praga.

Seguimos nuestro recorrido por el recinto defensivo para contemplar otro edificio que está considerado como el monumento románico mejor conservado de Bohemia. Se trata de la Basílica de San Jorge, la más antigua construcción eclesiástica del Castillo de Praga. Fue fundada por el príncipe Vratislav I en el siglo X y reconstruida en el XII. Su fachada con su llamativo color rojizo data del XVII y es de estilo barroco. Su interior destaca por la sencillez y austeridad del románico, de líneas sencillas, robustez arquitectónica, sentido de la simetría y tendencia  la horizontalidad que nos produce un impacto de rotundidad y belleza.

Salimos de la basílica y nos dirigimos al pintoresco Callejón de Oro, llamado así porque en el siglo XVII estaba habitado por orfebres. Está salpicado de casitas pintadas de vivos colores que en su mayoría son tiendas de libros, cristal de Bohemia y otros recuerdos para turistas. Su construcción data del siglo XVI y estaban destinadas para los guardias y artilleros del castillo.

Pero el barrio del castillo, no destaca solamente por los magníficos edificios que contiene, sino también por las espléndidas panorámicas de Praga y principalmente del barrio de Malá Strana, que nos ofrece desde sus miradores y terrazas.

Descendemos hacia Malá Strana por la pintoresca y empinada calle de Nerudova, que lleva el nombre del poeta y periodista checo Jan Neruda, que vivió en la Casa de los Dos Soles (nº 42). Antes de introducir la numeración en las calles, las casas de Praga se distinguían por sus emblemas y en Nerudova se pueden contemplar una espléndida muestra de estos símbolos: el Cisne Blanco (nº 49), la Langosta Verde (nº 43), la Herradura Dorada (nº 34), los Tres Violines (nº 12) y el Águila Roja (nº 6). En Nerudova nos encontramos también con grandes edificios barrocos como el palacio Thun-Hohenstein (embajada italiana) con un portal coronado por dos águilas esculpidas y el palacio Morzin (embajada rumana) en cuya fachada dos grandes estatuas de guerreros árabes sostienen el balcón semicircular de la primera planta.

Llegamos a Malostranké namestí, corazón del barrio de Malá Strana, dominada y dividida en dos por la impresionante iglesia barroca de San Nicolás, cuya cúpula y campanario son los elementos característicos del paisaje de Malá Strana. La mayoría de los edificios que rodean la plaza se reconstruyeron en los períodos renacentista y barroco. En la parte superior de la plaza, se extiende la monumental fachada neoclásica del Palacio Lichtnstein. En frente se alza la columna erigida en honor a la Santísima Trinidad para celebrar el final de la peste en 1713. Al otro lado de la plaza, nos encontramos con la magnífica fachada renacentista del Ayuntamiento de Malá Strana. Y rodeando toda esta plaza, el trazado de las vías del tranvía, ora verdes, ora rojos, que dan un aire de tipismo a este barrio que apenas ha cambiado desde el siglo XVIII.

Nos dirigimos al Puente de Carlos IV a través de la calle del Puente (Mostecká) y antes de acceder a él debemos pasar por del arco de la barroca Torre del Puente de Malá Strana. Arrimándonos al pretil izquierdo del puente, nos sorprende a la vista un curioso taller de marionetas que nos hace bajar para observarlo de cerca y entrar a echarle un vistazo al variado muestrario de esta faceta artesanal tan típica de Praga. Continuando por debajo del puente, nos acercamos hasta el Certovka (arroyo del Diablo), antiguo caz que da lugar a la formación de la isla de Kampa, para contemplar el discurrir de las barcazas con turistas por el canal y seguirlas con la mirada hasta encontrarnos con las aspas del Molino del Gran Priorato. Íbamos en busca de las escaleras de Kampa para subir al Karlúv most, cuando descubrimos una curiosa feria infantil con sus tenderetes, juegos y colores diseminados por toda la Kampa namestí. El tiempo era agradable y las criaturas, sus padres también, lo estaban pasando estupendamente.

Sin ningún otro obstáculo que nos distrajese de nuestro objetivo, subimos al Puente de Carlos IV por las escaleras de la isla de Kampa, a la altura de la estatua de Santa Lutgarda, la que está considerada como la mejor del puente desde el punto de vista artístico. Habíamos dejado atrás un buen número de estatuas y aún nos quedarían muchas más hasta atravesar todo el puente que transita por encima del río Moldava, aunque a decir verdad, no me sentí muy atraído por ellas sobre todo después de saber que la mayoría son copias, para evitar el deterioro de los originales que se conservan en el Lapidarium y en Vysehrad. Como contrapartida, nos dedicamos a disfrutar del animado ambiente que fluye por el puente, a disparar fotografías de los barrios de Praga a orillas del Moldava y a pararnos a escuchar un poco de jazz con el que nos deleitaba un grupo de músicos callejeros.

La vuelta al hotel nos hizo reencontrarnos con una realidad que pensábamos que la teníamos superada: el extravío de las maletas. Aún no habían llegado, ni siquiera al aeropuerto de Praga, y se rumoreaba que las habían enviado a Marsella y comenzaba a invadirnos la psicomaletanovic. La situación estaba clara y era de lo más alarmante. Las consecuencias no se hicieron esperar. La tienda del hotel se quedó sin existencias de camisetas, compradas por personas que deberíamos considerar serias y con una edad como para no hacer locuras. ¿Qué pensarán en sus casa, algunos con nietos, cuando los vean con una camiseta con el slogan de Drinking-team of Praga (Equipo de los Borrachos de Praga)?

Otra desbandada se produjo hacia el centro comercial que teníamos cercano a hotel. La tienda de Tommy H (no está permitida la publicidad sin cobrar) agotó los polos de caballero y la tienda de lencería las prendas femeninas. En el supermercado subió súbitamente las ventas en los productos de higiene personal. Lo que creó mayor problema, a alguna de las personas del grupo, era que no podían disponer de los medicamentos que tenían con los equipajes y en las farmacias no los dispensaban sin las correspondientes recetas.

Una ducha, la cena y un sueño reparador, nos dejó preparados para afrontar un nuevo día de visitas, en esta ocasión, acompañado de un desplazamiento en autocar de 120 Km. hasta Karlovy Vary (el Hervidero de Carlos).

LUNES, 4 DE JUNIO DE 2007.- PRAGA – KARLOVY VARY – PRAGA

Como sucedería durante el transcurso de este viaje, la hora en que sonaba el teléfono para decirnos que un nuevo día nos esperaba, esta expresión es totalmente metafórica pues amanecía sobre la 4:30 h., no representaba un excesivo madrugar, a pesar de que aún había algunos componentes del grupo que llegaban al desayuno bastantes justitos de tiempo. Cumplido sobradamente el trámite de reponer los vacíos estómagos y aviarlos hasta el siguiente avituallamiento, nos dirigimos hasta los autocares que harían el servicio de esta excursión.

¡MARCHAMOS SIGUIENDO SIN TENER NOTICIAS DE NUESTRAS MALETAS!

Nos dirigíamos al oeste de Praga hacia la región de Bohemia y nos esperaban unos 90 minutos de desplazamiento en autocar. Tiempo que aprovechó nuestra guía local para darnos una somera clase de historia checa, en la que no podía faltar la omnipresente Maria Teresa de Habsburgo, la independencia nacional, la luctuosa época de la dominación comunista, sin mencionar, cosa extraña por el carácter de nuestra guía, la Primavera de Praga, la constitución de la República Checa, el coste de la vida y el salario medio de un trabajador checo. Con pequeños descansos entre una y otra disertación y, como el tiempo no daba para más, llegamos a nuestro destino por unos parajes que en algunos momentos nos recordaban a algún rincón de Asturias.

La ciudad balnearia de Karlovy Vary, en la confluencia de los ríos Teplá y Ohře y rodeada del paisaje montañoso de la región somontana de los Montes Metálicos, es el balneario más grande y más conocido en la República Checa con una tradición que data desde el año 1358 en el que Carlos IV lo mandó construir.

El origen y desarrollo de Karlovy Vary siempre estuvo unido inseparablemente con los efectos curativos de los manantiales minerales termales. Éstos influyeron en la historia, la arquitectura, la economía y en el espíritu general de la ciudad; fascinaban al hombre y despertaban su fantasía ya desde antaño.

La primera noticia de tratamientos balnearios en Karlovy Vary la encontramos en los escritos del médico Václav Payer en el año 1522. Aparte de los baños recomendó a los pacientes beber las aguas termales. La balneología de Karlovy Vary la modernizó considerablemente el médico David Becher, que realizó las primeras investigaciones científicas de las aguas y en el año 1764 empezó con la producción y exportación de las sales minerales. Recomendó la moderación de beber las aguas termales y prefirió los baños. Johan Georg Pupo empezó en el año 1755 con la tradición de servicios hoteleros y de restaurantes en los balnearios, con lo que la ciudad fue adquiriendo su cara arquitectónica que la definió hasta la actualidad.

Los templetes y columnatas de hierro y cristal nos recuerdan el esplendor de esta ciudad, que llegó a ser el balneario de moda en la Europa del siglo XIX.

En el balneario emanan 12 fuentes curativas. La más conocida es la de Vrídlo que emana de la profundidad de más o menos 2000 metros. La temperatura de la fuente llega a 73 grados centígrados y su aspersión llega a alcanzar los 14 metros de altura. La temperatura de las demás fuentes se mueve alrededor de 40 grados centígrados.

Estrechamente unidas a las fuentes, surgen las columnatas, que se construyen para ofrecer paseos tranquilos unidos con la bebida del agua termal y, a la vez, para proteger a los pacientes contra el mal tiempo. Son un lugar donde la gente se encuentra al aire libre y disfruta del ejercicio en compañía.

Una de las obras más hermosas de la ciudad es la Columnata del Molino, obra de estilo neorrenacentista, mide 132 metros de largo y alberga cinco manantiales. En la columnata hay 124 columnas y en las balaustradas de la terraza del tejado hay doce estatuas alegóricas que representan los doce meses del año.

En el recinto del patio del Sanatorio Militar se construyó en hierro fundido la Columnata de los Jardines, que hoy alberga el manantial más reciente, pues data de los años ochenta del siglo XX, el Manantial de las Serpientes (Parmen Hadí), uno de los más fríos, pues sus aguas apenas alcanzan los 30º, y uno de los menos mineralizados.

Cerca del edificio del antiguo ayuntamiento fue construido en el año 1883 en madera y en estilo suizo la Columnata del Mercado, que cubre la salida de los manantiales del Mercado y de Carlos IV. En la actualidad es escenario de muchos conciertos y eventos culturales.

Entre otros monumentos que podríamos destacar en esta ciudad balneario, se encuentra la iglesia más antigua de Karlovy Vary, San Andrés, data del siglo XVI y originalmente gótica.

La iglesia ortodoxa de San Pedro y San Pablo, la que subimos a ver pese al poco interés mostrado por la guía, es un edificio con cinco cúpulas y se construyó con la ayuda de la nobleza rusa. En el paseo hasta esta iglesia, nos encontramos con una estatua de Karl Marx, quizá como muestra superviviente de una época por encontrarse en el barrio ruso de la ciudad.

Una joya arquitectónica de Karlovy Vary es su Teatro, construido entre los años 1884 y 1886. En mayo de ese año se inaugura el Teatro con la representación de Las Bodas de Fígaro de Mozart. Una de las piezas más valiosas y que domina el interior del Teatro, es su telón obra de Gustav Klimt, el representante más destacado del modernismo austriaco.

Pero Karlovy Vary no destaca ni por sus monumentos ni por sus magníficos edificios, Karlovy Vary está diseñada para el disfrute de los efectos salutíferos de sus aguas termales y de los tranquilos paseos por sus columnatas y riberas ajardinadas del río Teplá, con los que poder respirar la rancia decadencia que queda en el ambiente como restos del naufragio de una época dorada.

Convocados para la comida a la entrada del fastuoso Gran Hotel Pupp, nos hacen pasar a un patio interior cubierto, acondicionado como comedor y con una decoración de no muy buen gusto. Todo en consonancia con el menú que nos sirvieron a continuación, que salvo la copa de helado, los platos que lo componían nos hacían añorar cualquiera de las ricas variedades que componen la gastronomía de nuestra región. ¡Qué no hubiésemos dado por un sencillo y exquisito pescado a la parrilla!

Adelantamos la hora de vuelta a Praga, por lo que casi a continuación estábamos nuevamente subidos en el autocar para realizar los 120 Km. de regreso. Lo que no podíamos sospechar era lo que se estaba fraguando, con las sucesivas llamadas telefónicas que se cruzaban Viso y Paquita (la guía de Condor) con terceras personas para nosotros desconocidas, pero que conducirían a la noticia más relevante de la jornada y que Viso no tardaría en comunicarnos micrófono en ristre: ¡¡TENEMOS LAS MALETAS EN EL HOTEL!!

La euforia se desató y la mayoría del grupo no tenían otra cosa en la cabeza que llegar cuanto antes a Praga y tocar ese tótem con ruedas tan deseado por las venturas que consigo traía. Solamente unos pocos nos resistimos a esa tentación, dando por hecho que por muchas ruedas que tuviesen, las maletas no andan solas y esperarían a que llegásemos y, nos decidimos a quedarnos en el centro y darle el último adiós a Praga.

Nos deja el autocar en la calle Wilsonva en frente de la Ópera Estatal y nos dirigimos a la Plaza Wenceslao, que recorremos desde el Museo Nacional hasta su confluencia con la calle Na Prikope, atravesando su bullicioso ambiente y pasando junto a la estatua ecuestre de San Wenceslao, el monumento a las víctimas del comunismo, el Café Tranvaj 11, un antiguo tranvía ubicado en el parterre central de la plaza, el edificio de Assicurazioni Generalli donde trabajó Frank Kafka y todas las tiendas, teatros y cines que nos ofrecen una muestra de cómo es la Praga actual.

Salimos por la calle Na Mustku para encontrarnos poco más allá con el mercadillo artesanal de Havelska, un mar de lonas de franjas verdes y blancas que cobijan multitud de puestos, donde se pueden encontrar todo tipo de objetos artesanales en su mayoría dirigidos para el turismo,  y enmarcan la visión de las fachadas decoradas que jalonan la calle.

Continuamos por la medieval calle Zeletna para ir a tomar los que dicen ser los mejores helados de Praga. A decir verdad, no desmerecieron a su fama y presentaban una variedad poco común a la que estamos acostumbrados los asturianos.

Prácticamente estábamos a las puertas de la Plaza de la Ciudad Vieja, entramos en ella con recogimiento, siendo conscientes, de que por el momento, ésta iba a ser la última vez que podríamos contemplarla, de que teníamos que despedirnos de ella como se merecía y de que su imagen debería permanecer grabada en nuestra memoria el mayor tiempo posible y con el mayor detalle. Volvimos a recorrer los edificios que conforman la plaza y terminamos rindiendo culto ante el símbolo más representativo de esta grandiosa plaza: el Reloj Astronómico del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja.

Solamente nos quedaba gastarnos las últimas coronas en los últimos detalles para nuestros familiares y amigos, antes de regresar al hotel para cenar.

Entramos en el comedor donde todo el grupo ocupaba sus mesas para la cena y nos costaba reconocer a los compañeros, pues ya habían abierto sus maletas y vestían nuevas galas que nos despistaban al querer identificarlos. Sus caras exhibían alegrías desbordantes y no parecían apenados por tener que dejar atrás una ciudad que enamora a todo aquel que deambula por sus callejuelas y se va de ella diciendo siempre: “yo he de volver”. Su contento era de otro tipo, estaba más cerca de lo tangible. Se trataba de la satisfacción de necesidades más prosaicas.

No quedó muy claro qué es lo que había sucedido con las maletas del grupo, 60 equipajes son muchos como para que no dejen ningún rastro preciso en su ir y venir por esos aeropuertos del mundo. Unas noticias nos indicaban que habían sido desviadas hacia Marsella. Otras, de las únicas que se tenían pruebas fehacientes, que en su excursión sin sus dueños habían pasado por Moscú y de ello Viso nos ofrecía la evidencia, ya que al abrir su maleta se encontró dentro unas moscovitas.

MARTES, 5 DE JUNIO DE 2007.- PRAGA – VIENA

Salimos a las 8:00 h. de la mañana para cubrir los 295 Km. que nos separan de Viena, en un autocar Mercedes de 15 metros de largo donde cabríamos lo 60 componentes del grupo y conducido por el mesurado Pavel. Tiempo previsto para el desplazamiento, unas cinco horas. Si bien es cierto, que la velocidad máxima permitida a este tipo de vehículos en la República Checa es de 80 km/h, también es indudable que nuestra acuciosa marcha no rebasase en ningún momento los desesperantes 85 km/h. Así transcurrirían, con nuestro prudente Pavel, cada uno de los recorridos que en este viaje tuvimos que realizar en autocar a través de esas carreteras centroeuropeas.

Si hablamos de carreteras, a la República Checa le aconsejaríamos que mejorase su red de comunicaciones, además de renovar el firme de la ya existente, pues por la autovía que circulábamos, con un modernísimo control automatizado de peajes, por momentos nos daba la impresión que nuestro viaje lo estábamos realizando en tren y no en autocar. Era tal el traqueteo debido a las juntas de las secciones de la calzada, que bien se podían asemejar al paso de las ruedas de un viejo tren sobre las junta de los raíles.

Nuestra dirección desde que salimos de Praga, era ir hacia el sureste del país, en las estribaciones de los Montes Sudetes. Cumpliendo los requisitos horarios del tacómetro del autocar, hicimos una parada técnica en un área de servicio cercana a la ciudad de Brno, considerada por su importancia como la segunda ciudad checa.

Pasamos la frontera sin apenas detenernos y llegamos al Hotel Courtyard Marriott de Viena para pasar directamente al comedor. Como pudimos comprobar en éste y en algunos otros aspectos, el hotel dejaba bastante que desear si lo comparamos con su homónimo de Praga, siempre, dentro de un nivel de calidad aceptable.

Esa tarde, pusimos por primera vez el pie sobre el centro de Viena. Nos dejaron en Albertina platz, donde nos dividieron en dos grupos con sus correspondientes guías locales. Esta plaza es el centro neurálgico de Viena y desde la que te puedes desplazar hacia cualquier punto de interés, desde las compras, hasta los cafés, pasando por los museos, como el que da nombre a la plaza, o ir a una de las magníficas representaciones de la Ópera de Viena.

Nuestro primer destino era llegar hasta la catedral de San Esteban, que hubiese sido muy sencillo tomando la comercial Kärntner Str. que nos lleva directamente hasta Stephansdom platz. Por el contrario, se trataba de pasear por las estrechas calles que rodean la catedral y, al mismo tiempo, realizar un recorrido emocional por los diferentes lugares por los que transcurrieron las estancias de Motzar en Viena. Al poco de iniciar el paseo llegamos a la Iglesia de los Capuchinos, edificio muy sencillo y acorde con los austeros preceptos de esta orden franciscana, escasamente decorado, si exceptuamos un fresco en el frontispicio de la fachada, que representa a S. Francisco inspirado por el Espíritu Santo para que fundase la iglesia de Asís. Pero lo más destacado de esta iglesia es la llamada Cripta de los Habsburgo, en la que reposan los restos de 138 miembros de la familia Habsburgo, a pesar de nos ser considerada, ni capilla ni mausoleo real, oficialmente.

Al asomarnos  la Stephansdom platz desde Kräntner str, nos encontramos con un triángulo de edificios que condensan los tres estilos que dan el aspecto señorial de Viena: el gótico de la Catedral de San Esteban, el renacimiento de la Casa Singer y el modernismo del edificio Haas-Haus, donde en un juego de artificio y conjunción, la luz del sol hace reflejarse en sus enormes cristaleras los otros dos monumentos que compendian el devenir arquitectónico de la Viena actual.

La plaza de San Esteban alberga el que constituye indiscutiblemente el monumento más emblemático de la ciudad de Viena, la catedral del mismo nombre: Sthephansdom.

La actual catedral gótica se levanta sobre el lugar que ocupaban las tres iglesias románicas que la precedieron. De esa época solamente se conserva el Pórtico del Gigante flanqueado por las Torres de los Paganos.

La reconstrucción gótica data de los siglos XIV y XV, cuando se levantaron las tres naves con sus bóvedas de crucería y la gran torre del campanario de 137 m, conocida bajo el nombre de “Steffl”.

En el interior de la catedral cabe destacar la bóveda gótica del Coro Albertino, de gran belleza. El Púlpito de piedra arenisca de enorme fuerza expresiva, donde el maestro Anton Pilgran esculpió los bustos del papa S. Gregorio I Magno, San Agustín, San Jerónimo y San Ambrosio. En la nave lateral derecha nos encontramos con la magnífica tumba de mármol del emperador Federico III de Hamburgo. El Altar Mayor, en estilo barroco, representa el martirio de San Esteban, en cuyo honor se erige esta catedral.

Desde el exterior, lo que más impresiona es el tejado a dos aguas que le da un toque casi bizantino, un efecto exótico y muy vivo que corona el edificio gótico. Está construido con un millón de tejas vidriadas de colores fuertes (verde, amarillo, blanco y negro) que describen motivos geométricos y una representación del Águila Imperial de dos Cabezas de la casa de los Habsburgo.

La catedral está considerada como un símbolo representativo de la resistencia del pueblo vienés, desde los ataques otomanos de los siglos XVI y XVIII, hasta la invasión napoleónica en el siglo XIX.

Salimos de la Stephans platz y nos dirigimos al Graben, amplia calle peatonal y uno de los ejes comerciales más tradicionales de Viena. En ese amplio espacio que va desde la plaza hasta la Kohlmarkt strasse, se alza el grupo escultórico barroco conocido como la Columna de la Peste, levantada en honor al rey Leopoldo I, que en lugar de huir de la epidemia, se quedó a combatirla con estrictas medidas de higiene. Pensaron que estaba loco, pero los hechos le dieron la razón.

Continuamos el recorrido a través de otro importante eje comercial de Viena, la Kohlmarkt strasse que nos conduce directamente hasta el Hofburg, pasando por el famoso Café Demel, pastelero  de tradición imperial.

Llegamos a la Michaelerplatz y nos encontramos con el conjunto monumental más grande de toda Austria: el Palacio Imperial Hofburg. Fue la residencia de la mayor parte de la nobleza de la historia Austriaca, especialmente de la dinastía de los Habsburgo (durante más de 600 años). Actualmente es la residencia del Presidente de la República austriaca.

Los soberanos que han ocupado este palacio han querido dejar su huella y, desde el gótico hasta el historicismo, todos los estilos están representados en la docena de edificios que lo componen, aunque dominando el estilo barroco. El Hofburg es una ciudad dentro de una ciudad, que ocupa un extensísimo espacio dentro de la ciudad antigua de Viena. En su interior nos encontramos con la Ballhausplatz y la Heldenplatz, usadas en su época como plaza de torneos y para representaciones teatrales. Separados por ésta última plaza, están sus dos grandes parques que abrazan todo el conjunto de edificios, el Volksgarten con una estatua de Sissi y el Burggaten con el monumento a Mozart.

De los edificios que componen este complejo imperial caben destacar los Apartamentos Imperiales que albergan el Museo de Sissi,  la Burgkapelle, sede de los Niños Cantores de Viena, la Escuela Española de Equitación, la única institución del mundo que mantiene sin cambios y, cuida desde el Renacimiento hasta hoy, el arte ecuestre clásico de la alta escuela. Los elegantes Lapízanos – caballos blancos que nacen negros o castaños oscuros y la mayoría se vuelven casi blancos (técnicamente se les llama tordos) a los 8 años – y sus jinetes son un símbolo internacional de la cultura vienesa. La Redoutensaal, que fue construido como el teatro imperial y hoy en día es el Centro de Congresos de Viena. La Biblioteca Nacional, el Museo de Etnología, la Capilla de los Agustinos y el edificio que por su situación nos puede dar una idea del tamaño de este complejo imperial, el Museo Albertina, sede de una de las colecciones gráficas más importantes y extensas del mundo.

Pasando hacia la Maria-Thersien platz, a través de la Burgtor o Puerta Imperial, donde nos estaba esperando el autocar, comenzamos a realizar la visita panorámica de una de las avenidas más monumentales del mundo: la Ringstrasse.

La Ringstrasse es la gran avenida que rodeaba el casco antiguo de Viena como una soberbia corona de edificios monumentales. La Viena imperial se concentra en esta avenida mandada construir por el emperador Francisco José, sobre lo que era la antigua línea de murallas medieval. Es la avenida que encierra en su interior el núcleo de edificios más antiguos e importantes de Viena.

Iniciamos el recorrido por la Ringstrasse en el sentido de las agujas del reloj. La misma plaza de Maria Teresa está flanqueada por los edificios de los museos de Historia del Arte y de Historia Natural. Más adelante, nos encontramos con el edificio neoclásico al estilo griego del Parlamento. Delante de la fachada está colocada la estatua de Palas Atenea, la diosa griega de la paz y el conocimiento que en sus manos sostiene a Nike, la victoria alada. Siguiendo por la avenida llegamos a la Rathaus platz  donde se halla el Neus Rathaus, magnífico edificio de estilo neogótico. Al otro lado de la avenida y frente por frente al Ayuntamiento, está el Burgtheater, edificio de clara inspiración neorrenacentista, rayando casi en el barroquismo, levantado a finales del siglo XIX. Desde sus inmediaciones, casi podemos percibir el exquisito olor que desprende el elegante café restaurante Landmann y su afamada repostería. Contigua a la Tathaus platz tenemos el edificio de la Universidad, completada en 1883 en estilo renacentista italiano. Es la universidad de habla germana más antigua del mundo. Un poco separada de la Ringstrasse, en la Rooseveltplatz, se alza la Iglesia Votiva, diseñada en estilo neogótico e inaugurada el 24 de abril de 1879 con ocasión de las Bodas de Plata del matrimonio imperial Francisco José I y Sissi.

Llegando al canal del Danubio y bordeándolo por el Franz Josefa Kai, a la altura del puente Marien, podemos ver en lo alto de una escalinata una pequeña iglesia con la pared casi tapada por la hiedra, es la Ruprechtskirche (San Ruperto), la iglesia más antigua de Viena que data del siglo XI. Nos aproximamos a la Julius Raab platz desde la que divisamos a lo lejos la gigantesca Noria del Prater. Desde allí tomamos la Stubenring para encontrarnos con el Museo de Artes Aplicadas con fachada rojiza. Más adelante entramos en la avenida dominada por el Stadtpark (Parque de la Ciudad) con su estanque y la estatua dorada de Johann Strauss. Vamos por la Schubertring hasta la Schwarzenbergplatz. Un poco alejada hacia la izquierda, se encuentra una plaza con forma semicircular con un estanque del que sale un surtidor de agua, Hochstrahlbrunnen. Detrás de esa plaza, a unos 100 metros, se encuentra el Palacio Belvedere.

Continuamos por la Kärntner Ring, a la izquierda se encuentra el célebre Hotel Imperial. Detrás de él está el famoso edificio con la gran sala dorada donde se desarrolla todos los años el concierto de año nuevo el Musikvereinsgebäude. Un poco más allá, en la Karlsplatz, podemos vislumbrar la silueta de la iglesia de San Carlos Borromeo (Karlskirche). Esta iglesia dedicada al santo patrón de la lucha contra la peste, fue mandada construir por el emperador Carlos VI después de que la ciudad saliese de la peste de 1713. De estructura ecléctica, su gran cúpula y el pórtico de estilo neoclásico, se alzan entre dos gigantescas columnas con minaretes en sus cimas, con bajorrelieves que representas escenas de la vida de San Carlos Borromeo, inspiradas en la Columna de Trajano de Roma. Este tipo de construcción es difícil verla en el exterior de los templos y es una muestra de la importancia del barroco en las construcciones religiosas austriacas. Los relieves del frontispicio muestran el sufrimiento de la población vienesa durante la peste de 1713.

Ya en la Opernring y en un lugar que pone a prueba con el ruido del tráfico la insonorización del edificio, se encuentra el último monumento de este recorrido circular por la Ringstrasse, la Staatsoper (Opera de Viena), de la que nos ocuparemos en la visita de mañana. Comenzamos y terminamos este trayecto del Ring, con la estatua del espíritu que siempre nos acompaña y sobrevuela por todos los rincones que nos recuerdan la grandeza histórica de esta ciudad de Viena: la Imperial Maria Teresa. Una vez acabado este recorrido, es cuando nos damos cuenta de que Viena es la capital de un imperio inexistente pero que aún continúa teniendo la majestuosidad de antaño.

Esta visita panorámica por la que acabamos de deslizarnos, la podríamos disfrutar subidos en los famosos y típicos tranvías rojos de Viena, pues existen dos de ellos que discurren por este anillo. Su recorrido es circular, es decir, nunca tiene fin. El número 1 lo hace en el sentido contrario a las agujas del reloj y el número 2 en el sentido de las agujas del reloj.

Cerrado el círculo de la Ringstrasse, el autocar nos lleva hacia el hotel a cenar y reponer fuerzas para enfrentarnos al día de mañana.

MIÉRCOLES, 6 DE JUNIO DE 2007.- VIENA

Nos levantamos ese día con el ánimo dispuesto a sumergirnos en el ambiente cortesano de la época imperial vienesa, pues los destinos marcados eran las visitas del Palacio Schönbrunn, residencia de verano de la corte austriaca, y la Opera de Viena, donde se representaba y se sigue representando aunque con menos fasto, las veladas musicales imperiales por excelencia.

Como nuestro hotel quedaba en las inmediaciones, nos dirigimos, en un tranquilo paseo matinal, hacia el Palacio Schönbrunn.

La primera edificación data del siglo XVI con el emperador Maximiliano II que construye un pequeño palacio de caza. Entre finales del siglo XVII y principios del XVIII es el emperador Leopoldo I el que realiza una reconstrucción y ampliación del palacio, de que solamente se conserva la Capilla del Palacio y la Escalera Azul. Pero quien verdaderamente da un impulso a la construcción definitiva del palacio y lo convierte en la residencia veraniega de los Habsburgo, fue nuestra inefable emperatriz Maria Teresa de Habsburgo, dándole un estatus que conservaría hasta el final de la monarquía en 1918.

Schönbrunn es el ejemplo de palacio construido para dar idea de poder. Las formas cuadradas de su edificación, la solidez de su estructura y la ampulosa y recargada decoración de sus habitaciones y salones, expresan la consolidada situación del poder imperial. La mayor parte de la decoración interior data de esta época de gobierno de Maria Teresa, siendo una de las pocas muestras existentes del llamado rococó austriaco.

Hacia 1775 en pleno dominio del clasicismo, se levanta, sobre una colina que domina toda la panorámica palaciega, la Glorieta que viene a completar el gran parque del palacio. Debajo de ella y al final de la avenida principal de los jardines se encuentra el exuberante grupo escultórico de la Fuente de Neptuno.

El problema que presenta las visitas en grupo, es hacernos recortar y acondicionar los tiempos que podemos emplear en cada lugar, a la programación predeterminada para el resto de la jornada, y esto es lo que nos sucedió en el Palacio Schönbrunn, que no quedó tiempo para hacer un recorrido adecuado al complejo del gran parque palaciego. De esta forma, no pudimos disfrutar de las posibles maravillosas vistas desde lo alto de la Glorieta, ni del Jardín del Príncipe al gusto francés del siglo XVIII, ni de la Casa de las Palmeras un precioso invernadero tropical de 1882, ni del zoológico más antiguo del mundo que data de 1752. Hemos perdido la ocasión de aceptar la invitación que nos brindaba el espíritu de Maria Teresa, a pasear por su hermoso parque como en tiempos de su época imperial.

Terminada la visita al Palacio Schönbrunn, que tardé más en describirla que en visitarlo, nos recogió el autocar para llevarnos al centro y dejarnos en el check-point de Viena, la Albertina platz. Desde allí, en un breve paseo, nos acercamos hasta el edificio marcado como nuestro siguiente destino: la Ópera de Viena.

La Staatsoper fue el primer edificio público se construyó en la Ringstrasse, obra de los arquitectos Siccardsburg y Van der Nüll en estilo neorrenacentista. Los vieneses lo consideraron un edificio de mal gusto y lo llamaron “la caja sumergida”, ya que no estaba elevada ni tenía escalinata de acceso. Su inauguración tuvo lugar en el año 1869, un año después de la triste muerte de sus creadores, con el “Don Giovanni” de Mozart  de gran éxito.

Durante la II Guerra Mundial un bombardeo americano lo dañó gravemente, quedando solamente de la construcción original neorrenacentista, la fachada, la escalinata principal, el salón de Schwind y el salón de te. El resto es de los años cincuenta, de la reconstrucción tras el bombardeo.

En la fachada que da a la Opernring está la logia, con su arquería renacentista adornada con los frescos de Moritz von Schwind representando escenas de la  ópera de Mozart “La Flauta Mágica” y cinco magnificas estatuas de bronce de Ernst Hähnel que simbolizan el amor, la fantasía, el humor, el drama y el heroísmo. Sobre esta misma fachada, otras dos estatuas de Hähnel que encarnan a las musas de la armonía y de la poesía a lomos de caballos alados.

A ambos lados del edificio las dos fuentes obra de José Gasser, que representan dos mundos en oposición, a la izquierda la música, la danza y la alegría  a la derecha la pena, el amor y la venganza.

La Escalinata Principal o Escalera de las Celebraciones está decorada en su parte inicial, por dos medallones con los retratos de los arquitectos creadores del edificio, Siccardsburg y Van der Nüll y pinturas que representan escenas de ballet clásico y de la ópera cómica y trágica.

En el segundo tramo de esta escalinata caben destacar las estatuas de José Gasser representando a las siete artes (arquitectura, escultura, poesía, danza, música, teatro y pintura).

Al final de la Escalinata Principal nos encontramos con El Salón de Te o Salón del Emperador, con pinturas en el techo de vivos colores que simbolizan la música lírica y trágica. Las paredes se adornan con hojas de pan de oro y tapicería y bordados del taller de Giani.

La impresionante vista del Auditorio en forma de herradura se construyó bajo el diseño básico del teatro italiano, pero todo él tuvo que ser reconstruido después de la II Guerra Mundial. Los colores tradicionales del rojo, oro y marfil del auditorio fueron mantenidos, pero el interior suntuoso fue substituido por un diseño clásico intemporal y ausente de la decoración rococó característica de aquella época. La gran lámpara central, fue sustituida por una guirnalda circular de cristal de 7 m. de diámetro, 3.000 kg. de peso y 1.100 bombillas.

El Salón Schwind (Schwindfoyer), llamado así por estar decorado con pinturas del repertorio operístico realizadas por Moritz von Schwind. Bajo cada pintura figura un busto del compositor de cada una de las óperas, Weber, Rossini, Mozart, Mahler, destacando ésta última por ser obra de Rodin y representar al director más significativo de la Ópera de Viena.

Mención especial merece el escenario, con una profundidad que duplica la del patio de butacas, unas instalaciones y maquinaria con estándares técnicos que lo sitúan entre los más modernos del mundo y le permiten tener instalados varios decorados al mismo tiempo.

Terminada la visita a este monumento representativo de la cultura de Viena, nuestro espíritu está henchido de substancia inmaterial, pero ya empezamos a notar nuestros estómagos vacíos y es preciso recuperar el equilibrio de nuestro organismo, así que nos dirigimos a dar cumplida satisfacción a la reserva para comer que la organización del viaje tenía hecha para nosotros en el Rathaus Keller (Taberna del Ayuntamiento), situada en los sótanos del neogótico Rathaus. Ambiente acogedor en un salón de techos abovedados con arcos que salían del suelo y totalmente policromados con motivos florales. Todo ello amenizado con el sonido en directo de un arpa.

Para la tarde, lo único que estaba previsto en el programa era asistir a un concierto de música clásica, ligerita, en el Palacio Auersperg y, hasta la hora del mismo, disponíamos de tiempo libre. Lo aprovecharemos para disfrutar de otros aspectos de esta imperial ciudad.

La música ha formado parte de la traición cultural de Viena desde siempre. En su ambiente se puede respirar el sonido cromático y armonioso que se desprende de su historia y que tiene su punto álgido en los festivales de la Staatsoper y su famoso concierto de fin de año, aunque éste, más que un acontecimiento cultural es un espectáculo social y turístico. Dos apuntes que deberíamos tener en cuenta para cuando nos decidamos a volver a visitar Viena.

Otro de los símbolos de esta capital son sus tranvías de color rojo y crema, limpios, lentos pero seguros, que evitan los atascos y le dan a Viena un aire de ciudad antigua y nos llenan de nostalgia a todos aquellos que vivimos en una ciudad, donde los únicos tranvías de los que podemos disfrutar se encuentran en un museo.

Los cafés son una institución en la historia de la ciudad. Descubrir los cafés tradicionales de Viena es una experiencia que supera el disfrute puramente gastronómico de un melange con su típico acompañamiento del apfelstrudel recién sacado del horno, lo que verdaderamente vamos a saborear en estos locales es la conexión de un pueblo con su pasado, el latido conjunto de varias generaciones que han dejado su impronta en la escenografía y el ambiente.

En nuestro caso, después de comer, nos decidimos por acudir al afamado Café Central, situado en los bajos del palacio Ferstel en Herrengasse  str., donde pudimos disfrutar de su extraordinario café, de la música de piano en directo y un ambiente suavemente tamizado por la luz que penetraba por sus amplios ventanales. Este café es conocido con el sobrenombre de café de los literatos, y su fama le llegó por ser lugar de tertulias de intelectuales como Freud o el poeta y ensayista Peter Altenbergh, de quien se llegó a decir que no salía de allí nada más que para dormir. De él se conserva en la entrada del establecimiento una estatua realizada en pasta de papel, sentado a una mesa y en actitud de saludar a todos los tertulianos del café cuando llegan y así también se percaten que aquél sigue siendo su sitio.

Como es el último día de estar en Viena, habrá que aprovechar para realizar las compras de recuerdos y regalos que esta ciudad nos ofrece. Dentro el abanico de opciones  que se nos puede presentar, existen determinadas de reconocida fama ante las que casi nadie nos resistimos a sumar a nuestra cesta de la compra.

Comenzamos por la sachertorte, de suave y esponjoso bizcocho de chocolate y relleno de mermelada de albaricoque (Marillen) y todo ello cubierto por un glaseado de chocolate crujiente. El Hotel Sacher, en Philharmonikerstrasse, dice elaborar la auténtica. El Hotel Imperial, en Kärnner ring, afirma tener la receta original, pero la llama Imperial Torte.

Sin salirnos de este, para algunos, afrodisíaco producto, nos encontramos  con los chocolates redondos rellenos de mazapán y turrón o pistacho, los mozart kugel que los podemos adquirir por multitud de pastelerías y tiendas especializadas repartidas por toda Viena.

Nos encontramos en la capital de la ópera y no podríamos marcharnos de ella sin comprar alguno de los discos compactos con las magníficas producciones de los festivales de la Opera de Viena. Principalmente las encontraremos en Arcadia Opera Shop en Kärntner Strasse y en Gramola en el Graben. Próxima a la Albertina plazt descubrimos una curiosa tienda de detalles musicales muy apropiada para llevar algún regalo. Desde luego, los calcetines con dibujos musicales resultaron ser fantásticos y comodísimos.

En la Michaelerplatz, hacia un lateral del Hofburg, se encuentra la Loden Plankl, tienda especializada en chaquetas austriacas y en aquellos abrigos que se hicieron tan famosos hace años, los loden. En el grupo, alguno hubo amante de estas prendas que tenía marcado en su libro de ruta esta visita y no desaprovechó la ocasión.

Siendo originario de Austria había que hacerle los honores y realizar una visita por alguna de sus tiendas, comprobar los diferentes diseños y novedades que nos pudiera ofrecer Swarovski y así poder completar la lista de recuerdos y regalos que nos llevásemos de esta ciudad.

Terminado el recorrido con fines mercantilistas, nos dirigimos al punto de encuentro donde el autocar nos esperaba para llevarnos a cenar a una bodega típica situada a las afueras de Viena en el pueblo de Grinzing. A este tipo de establecimiento se les conoce con el nombre de heurige, que tradicionalmente tiene viñedo propio y vende vino de la cosecha del año (heuer) y principalmente blanco. El ambiente en esta bodega era de fiesta, lo de menos era la comida, amenizado con la schrammelmusik y bien regado con el vino blanco joven que corría de mesa en mesa en unas pipetas de cristal. Los ánimos fueron subiendo de tono, las canciones se cantaban a coro, el nivel alcohólico se elevaba y algunos terminaron brindando por ¡¡Viva Ossstriaa!!

Regresamos hacia el hotel pasadas las 11 de la noche y en el trayecto se aprovechó para dar las instrucciones de salida al día siguiente hacia Bratislava y Budapest. Diana a las 7:30 h., maletas al autocar,  desayuno y partida a las 9:00h.

JUEVES, 7 DE JUNIO DE 2007. VIENA – BRATISLAVA – BUDAPEST

Hoy dejamos la imperial capital para realizar el desplazamiento en autocar más largo de nuestro viaje y que transcurrirá por las tierras de tres estados diferentes: Austria, Eslovaquia y Hungría. Primeramente nos acercamos hasta Bratislava, distante de Viena 67 Km., donde pasaremos unas horas en contacto con esta bonita ciudad y almorzaremos. A continuación, seguimos viaje hasta el último de los destinos que nos espera después de recorridos otros 200 Km., Budapest.

A pesar de encontrarse tan cerca de Viena, la capital de Eslovaquia es uno de los lugares más desconocidos de Centroeuropa. Eclipsada por unas vecinas excesivamente grandiosas, se mantiene por el momento alejada de los grandes itinerarios turísticos. Salvo los escasos viajeros del Danubio que deciden aventurarse unas horas por sus calles, Bratislava recibe muy pocos visitantes, lo que la transforma en un lugar extraño, tranquilo y siempre sugestivo, que parece seguir su propio ritmo, ajeno a cualquier influencia del resto del continente.

Nada más que nos sumergimos por las intrincadas calles de su ciudad vieja, nos sentimos inmersos en su encantador y seductor ambiente, que comparado con el de las ciudades que veníamos de visitar, nos parecía irreal y de otro mundo que discurría a diferente velocidad. Nos hubiese gustado formar parte de esos viajeros que llegan a esta ciudad a través del Danubio, que nuestra falta de información nos frustró, pues llegaron a nuestro conocimiento la existencia de unos cruceros que en hora y media nos acercan desde Viena  hasta los muelles fluviales de Bratislava. Más o menos lo que nos tardó en llevar el autocar y con toda seguridad por paisajes menos fascinantes.

Llegamos a Bratislava a través de un puente metálico sobre el río Danubio, que como a todas las ciudades que atraviesa, condiciona determinantemente su paisaje. Bajamos hasta orillas del río a recoger a los guías locales que nos acompañarán en esta jornada y nos dirigimos hacia la colina donde la antigua fortaleza del Castillo de Bratislava lleva desde hace siglos dominando la ciudad. La silueta del castillo, con sus cuatro torres y una sobria construcción, tuvo sus mejores momentos en el siglo XVIII cuando servía de residencia temporal -¿adivinen de quién?- a la omnipresente y todopoderosa María Teresa de Hamburgo como Reina de Hungría.

Una vez dentro del patio de armas, aquello era lo más parecido al patio interior de un colegio o de un seminario, descendimos por unas escaleras que nos conducían hasta el pozo y los aljibes del castillo. Hoy en día el Castillo alberga el Museo Nacional Eslovaco y es sede de exposiciones y eventos culturales y artísticos.

Delante de la puerta principal del Castillo y desde un mirador al efecto, pudimos contemplar el Puente Nuevo con su singular estructura de un solo pilar en la otra orilla del Danubio, y la ciudad nueva con el horrible bosque de bloques de hormigón de la época comunista, conocida con el nombre de Petrzalka. Bajando hacia la ciudad vieja, para continuar la visita, el paisaje de sus tejados está salpicado por las hermosas torres turquesas de influencia turca.

Entramos en la ciudad vieja a través de la Puerta de San Miguel, la única que se conserva de la fortificación medieval que rodeaba la ciudad. La torre de estilo gótico se construyó en el siglo XIV. La estatua de San Miguel añadida en su parte superior en el siglo XVIII le aportó su apariencia actual. La torre es sede del Museo de Armas y Fortificaciones de la Ciudad.

Continuamos la visita por la estrecha calle Zamocnicka, que discurre por el trazado de las antiguas murallas. Por ella llegamos al Convento e Iglesia de los Franciscanos, el edificio de culto más antiguo de Bratislava. La iglesia de estilo gótico se construyó en el siglo XIII. Sufrió diversas reformas que le adhirieron elementos de diferentes estilos coincidiendo con la época de su realización, en el siglo XVII de estilo renacentista y en el siglo XVIII de estilo barroco que conformó su aspecto actual.

El Convento ha sido testigo de numerosos acontecimientos históricos. En el año 1526 fue elegido rey, por la asamblea de Hungría, Fernando I, con el que se iniciaría la etapa de dominio de la Casa de los Habsburgo que duraría más de cuatrocientos años.

Frente a la Iglesia de los Franciscanos se encuentra el Palacio Mirbach, preciosista joya de estilo rococó, que presta sus estancias como salas de exposiciones de la Galería Nacional de Bratislava.

La Frantisknske namesti la encontramos sembrada de pequeños quioscos de color rojo, donde se nos ofrecían los objetos típicos de la artesanía popular eslovaca. En ese lugar y ante la visión de una espada de madera, creí volver a la infancia rememorando aquellas batallas campales de los niños del barrio, emulando a los grandes héroes de la historia guerrera tan en boga por aquellos años.

Llegamos a la Plaza Mayor (Hlavne namesti), epicentro de la vida social de Bratislava, donde algunos del grupo pudieron disfrutar de unas deliciosas cervezas en la terraza del Kaffee Mayer que les ayudó a refrescar la calurosa mañana que nos acompañaba. Preside la plaza la fuente más antigua de la ciudad, la Fuente de Maximiliam, construida en 1572. Los edificios que conforman el perímetro de la Plaza Mayor son una muestra de diferentes estilos arquitectónicos que comprenden desde el gótico hasta el más reciente art-nouveau.

Apoyada sobre un banco de la plaza, nos encontramos con una de las estatuas diseminadas por la ciudad vieja y que se están convirtiendo en uno de sus atractivos. Se trata de la figura de un soldado del ejército de Napoleón, estratégicamente colocada te el edificio de la embajada de Francia, que recuerda el paso “victorioso” del ejército francés por Bratislava.

El edificio más significativo de la Plaza Mayor es el Antiguo Ayuntamiento, conjunto formado por la unión de varias casas burguesas. El edificio primitivo, con su torre gótica, se construyó en el siglo XIV por orden del corregidor Jacobo. Desde este edificio se dirigió durante 500 años los destinos de la ciudad y hoy es sede del Museo Municipal.

En la fachada de la torre que da a la plaza, destaca una magnifica ventana gótica como elemento decorativo que imprime carácter al edificio. El pórtico principal, de doble arco dintelado sobre capiteles decorados con tallas de animales y dos pináculos góticos a ambos lados, nos introduce en un pasadizo con bóveda de crucería que nos lleva hasta el patio interior del Ayuntamiento. Un bello conjunto muy bien conservado, de doble arcada en los soportales y en el primer piso y lugar desde donde mejor se aprecian os distintos edificios que componen el Ayuntamiento.

La fachada posterior de un estilo más clasicista, aunque adornada con elementos góticos, destaca por su tejado a dos aguas con cerámica vidriada de color verde con elementos florales y el balcón y su gablete, que sobresale por encima de tejado, situado sobre su pórtico posterior con decoración zoomorfa tallada en piedra.

Continuamos la visita con el Palacio del Primado, edificio de color rosa que es sin duda el más hermoso palacio clasicista de la ciudad. Fue construido  a finales del siglo XVIII como residencia del arzobispo de Esztergam, el cardenal José Batthyany. La mayor curiosidad de su fachada se encuentra en la parte superior del edificio. En la cima del timbal podemos ver un enorme sombrero cardenalício metálico, de 180 cm. de diámetro y con un pedo de 150 kg. También en su parte superior se pueden observar varias esculturas que representan diferentes virtudes y dos ángeles que sostienen las letras I (Iustitia) y C (Clementia) divisas personales del cardenal Batthyany.

El patio interior posee una fuente central con la figura de San Jorge matando al dragón. Quizás por el frescor del agua y lo apropiado de los bordes del estanque, una docena de personas del grupo lo usaron como lugar de descanso, eso sí, sin meter los pies en el agua. No es una acusación particular, pues creo que existen diversas tomas fotográficas al efecto.

En la primera planta del palacio se encuentra el denominado Salón de los Espejos, testigo mudo de importantes acontecimientos históricos. En él se firmó en 1805 la Paz de Presburgo por Napoleón y Francisco II, tras la batalla de Austerlitz. En este mismo salón el rey Ferdinand en 1848 firmó el documento por el que se abolía la esclavitud Hungría.

En este palacio se conserva una de las mejores colecciones de tapices gobelinos del siglo XVII, la que representa los amores trágicos de Hero y Leandro.

Salimos de los confines de la ciudad vieja y nos acercamos a rendir visita a uno de los lugares con mayor significado social y político de Bratislava, la Namesti SNP, la Plaza del Levantamiento Nacional Eslovaco, donde tuvo lugar el 1 de septiembre de1944 la manifestación de repulsa contra el gobierno fascista y, en épocas mas recientes, durante los últimos años de la denominación comunista, las reivindicaciones de la “revolución de terciopelo”  que terminó con la caída del “telón de acero” en noviembre de 1989.

En este punto concluía teóricamente la visita guiada de Bratislava y nos dirigíamos a comer. Pero la curiosidad de unos cuantos del grupo nos llevó a plantear a la guía si cabía la posibilidad de no abandonar la ciudad sin antes conocer la catedral de San Martín. Era aún temprano y gustosamente se brindó a llevarnos hasta allí, por lo que le estaremos eternamente agradecidos, pues nos brindó la oportunidad de completar la visita y conocer una parte muy interesante de la ciudad vieja.

Esta decisión nos lleva a retornar al casco viejo en el que penetramos por la calle Klariska donde nos encontramos con la iglesia y monasterio de las Clarisas. Su origen data de la primera mitad del siglo XIII y estaba ocupado por la orden de las Cistercianas hasta que fueron sustituidas por las Clarisas. Alrededor de 1400 se construyo la torre con una abundante decoración escultórica que la convirtió en una de las obras cumbres de la arquitectura gótica de Bratislava. Actualmente sirve como sala de conciertos.

Salimos a la calle Kapitulska y ya divisamos la silueta de la Catedral de San Martín. Por su historia es uno de los monumentos más importantes de Eslovaquia. Esta iglesia gótica se construyó en el siglo XV sobre una anterior románica del siglo XIII, al quedar el espacio muy reducido para dar cabida al rápido crecimiento de habitantes de la ciudad.

En el siglo XVIII, por orden del arzobispo Emmerich Esteráis, se procedió a la reforma barroca de la iglesia, construyéndose la capilla lateral de San Juan el Limosnero y el altar mayor barroco. De esta misma época y del mismo autor, Raphael Donner, es la estatua en bronce de San Martín, al que muestra vestido como soldado romano a caballo, en el momento en que con su espada corta su capa para regalar la mitad a un mendigo y que con ella se proteja del frío.

En el siglo XIX se realizó una amplia reconstrucción neogótica, en la cual se perdieron prácticamente todas las partes interiores barrocas de la catedral. Solamente se conservó la capilla de San Juan Limosnero, el centro del antiguo altar mayor de Donner y la estatua de san Martín.

Una corona dorada en lo alto de la torre de la catedral, nos recuerda que Bratislava (antigua Presburgo) fue desde 1563 hasta 1830 la ciudad de coronación del Imperio Austro-Húngaro. 19 reyes y reinas fueron coronados en la catedral de San Martín. Por supuesto, entre ellos se encontraba nuestra omnipresente Maria Teresa de Austria.

En esta iglesia se interpretó por primera vez la Misa Solemne de Beethoven. Actualmente, siguiendo esta tradición musical, es un recinto donde se ofrecen importantes conciertos de música clásica. En el momento que estuvimos allí, se anunciaba el de The Slovak Chamber Trío, con obras de Handel, Bach, Mozart, Dvorak y otros famosos compositores.

Junto a la catedral, se encuentra los únicos 100 metros que se conservan de las antiguas murallas. El resto de las murallas y tres de las cuatro puertas fueron derribados en el siglo XVIII. Justo al lado de esta zona de murallas, está la Casa del Buen Pastor, joya del estilo rococó que fue construida por un comerciante de Bratislava en el siglo XVIII. Una pequeña estatua representando a Cristo, situada en un lateral de la fachada, es el origen del nombre de esta casa. Tras su reconstrucción en 1975 se convirtió en el Museo de Relojes.

Regresamos con el resto del grupo por la calle Kapitulska colmada de edificios góticos, renacentistas y barrocos, unos bien conservados, otros en franco deterioro y algunos en rehabilitación, pero en conjunto nos hablaron de un pasado esplendoroso de la ciudad, no en vano capital durante algún tiempo del Imperio Austro-Húngaro.

Nos llevaron a comer al restaurante Alzbetka (Elizabeta), con un menú para enmarcar y tenerlo presente para no repetirlo. De primer plato, queso de cabra rayado con mantequilla; de segundo, patatas con carne cortada a machetazos; y de postre, tarta de boda. Si querías chupito, te lo cobraban. Para olvidar.

Terminado el almuerzo continuamos viaje hacia Budapest. Atravesamos la frontera con Hungría casi sin darnos cuenta, nada que ver con los intrincados trámites burocráticos, que en épocas recientes, tenían que sufrir los viajeros que se aventuraban por estas aduanas. Llegamos a Budapest en la hora punta de la tarde y nos sumergimos en el correspondiente atasco, a lo que hubo que añadir, que entre las directrices del GPS del autocar, la pericia de nuestro amigo Pavel, la primera vez que venía a esta ciudad, y las instrucciones de nuestra guía Paquita que no concordaban como sería de esperar, nos hiciéramos un pequeño lío que nos causó dar alguna que otra vuelta para lograr llegar al hotel.

La ubicación era estupenda: en Buda, a orillas del Danubio, teniendo frente por frente la imagen del magnífico edificio del Parlamento Húngaro; justamente en esas coordenadas se encontraba el Art’Otel, no se podía pedir más para empezar. Habitaciones amplias, limpias y bien equipadas. Espero que todos hayan encontrado el pajarito, que esta cadena hotelera tiene por costumbre colocar en cada una de las habitaciones. Tuvimos tiempo para asearnos, cambiarnos de atuendo y bajar a cenar. En ese momento salió a relucir el mayor problema que tenía ese hotel: el comedor y su servicio. Comenzando por una falta de coordinación con la mayorista Cóndor, pues teníamos contratada la cena de ese día y no nos esperaban para darnos ese servicio, y continuando por el cambio que nos introdujeron al darnos esa cena y el resto de las comidas como menú y no como buffet como estaba especificado.

Salvado este inconveniente, nuevamente nos encontrábamos con el reto de poder captar, en poco tiempo, los secretos y los encantos de esta ciudad llamada la Perla del Danubio, de incomparable riqueza histórica y monumental.

Tiempo que perder, ninguno. Escenarios por descubrir, todos. Siguiendo estas dos premisas y previamente localizada la estación de metro más próxima – Bathyany tér – por ella nos sumergimos en los túneles ferroviarios que nos llevarían al otro lado del Danubio, a la orilla de Pest.

Había comenzado a caer la noche, se iluminaban los edificios y antes de bajar al metro pudimos contemplar la impresionante vista nocturna del Parlamento de Hungría y del Puente de las Cadenas.

Algunos más osados, optaron por alquilar unas bicicletas y hacer este paseo crepuscular por el carril-bici a ambas orillas del Danubio.

Esta visita nocturna nos hizo sentir como que habíamos obtenido algo único, con las calles casi desiertas de gente, con esa penumbra de las luces gastadas de las farolas y como si los monumentos estuviesen iluminados para nosotros. Fueron unos instantes preciosos para comenzar a conocer una ciudad que empezaba a sorprendernos.

VIERNES, 8 DE JUNIO DE 2007. BUDAPEST

Nos levantamos temprano para el desayuno y, de esta forma, poder dar un paseo por la orilla del Danubio antes de comenzar el intenso día de visitas previsto para hoy. Mientras caminamos, tendremos tiempo de poder esbozar la historia de esta ciudad, cuatro pinceladas que nos permitan orientarnos por esta maravillosa urbe, que nos ofrece una gran variedad de lugares a visitar que muestran un vivo reflejo de su historia. 

El origen de la fundación de la ciudad se remonta hasta el año 896 d.c., en que el príncipe Árpád conduce a las siete tribus magiares, originarias de los Urales, hasta la Panonia romana, asentándose a orillas del Danubio en Obuda (antigua Buda). En el año 1.000 d.c. Esteban I fue coronado rey por el Papa, al ser el primer rey magiar que abrazó el cristianismo. Con él se consolidó la dinastía Arpád que se mantuvo en el poder 300 años más. La época de mayor esplendor coincidió con los 32 años de reinado de Mátyás Corvinus, que convirtió la ciudad en un centro cultural y científico de referencia en Europa. 

Años mas tarde, se produce la toma de la ciudad por los turcos, en la que permanecieron hasta 1686, coincidiendo con la decadencia del Imperio otomano y el advenimiento del Imperio Austro-Húngaro. Y es con la cesión de la corona de Hungría a la Casa de los Hamburgo cuando esta dinastía ocupa el trono hasta 1918, en el momento que se produce la abdicación de Carlos IV a favor de un gobierno dictatorial fascista. Como no podría ser menos, durante estos años de reinado de la Casa de los Habsburgo, sobresalió sobre todos el de “nuestra amiga”, creo que podremos llamarla así después de todo el trato que hemos tenido con ella durante este viaje, la Emperatriz Maria Teresa de Austria.

En 1944, el régimen nazi en el poder dispone la creación del “Gueto de Budapest” con el confinamiento de más de 70.000 judíos, de los que perecerían más de 20.000.

Después de la II Guerra Mundial, Hungría pasa a quedar bajo el control de la URSS, sufriendo un estancamiento en su historia y un deterioro en la mayoría de sus edificios emblemáticos. 

A principios de los años 50 se producen las conspiraciones de los cafés, que terminan con el levantamiento húngaro de 1956 contra la dominación soviética, con el popular Imre Nagy a la cabeza. Las represalias no se hicieron esperar y el ejército soviético invadió Hungría. Nagy fue arrestado  ejecutado en 1958. 

En 1989 la República Popular se convierte en República de Hungría y en enero de 1990 se celebraron las primeras elecciones libres desde 1919. 

Budapest es el resultado de la unificación de las ciudades de Pest y Buda, situadas a ambos lados del Danubio. La moderna capital se fundó, de esta forma, en 1873 durante el reinado de la Casa de los Habsburgo. 

Budapest es una urbe fluvial donde el Danubio adquiere la magnífica solemnidad que lo convierte en el emperador de los ríos europeos y en la vía de civilización entre Oriente Próximo y Europa. 

Todo está ante nosotros en la ciudad. Sinagogas, mausoleos, estatuas, puentes,  héroes magiares, magníficos edificios y los cafés de las conspiraciones decimonónicas y anticomunistas. Es una ciudad melancólica, de esplendor decadente, a la que quizás le falte el color, algo apagado en sus edificios por una imperiosa necesidad de restauración, pero a pesar de todo ello, Budapest es siempre una ciudad de ensueño. 

Terminamos el matinal paseo y ya nos está esperando el autocar para comenzar las visitas programadas para el día de hoy.  

Atravesamos el Danubio por el elegante puente Magrit, uno de los 9 puentes que unen las orillas de Pest y Buda, – 7 de tráfico vial y peatonal y 2 ferroviarios -, para dirigirnos a la Hosök tér (Plaza de los Héroes) a través de la Avenida Andrassy, una de las arterias más exclusivas de Budapest, jalonada por restaurantes, teatros, tiendas, mansiones señoriales y uno de los edificios más sobresaliente, la Ópera Nacional. 

Hosök tér es una de las plazas más importantes de Budapest. Situada en un extremo de la Av. Andrassy y junto al Városliget (Parque Municipal). Su construcción se realizó con motivo de la celebración del milenario de la fundación de la ciudad en 1896, aunque no se finalizó hasta 1929, cuando la plaza adoptó su nombre. En el centro de la plaza se alza el Monumento del Milenario, una columna de 36 m coronada por la estatua del arcángel Gabriel levantando la corona de San Esteban. A los pies de la columna se hallan siete figuras ecuestres que representan a las siete tribus magiares que fundaron Hungría. Al fondo de la plaza, una columnata dividida en dos alas que circunvalan parte de la plaza, entre cuyas columnas se alojan diversas figuras de reyes y héroes de la independencia magiar. La columnata está coronada por estatuas que representan al trabajo, la guerra, la paz y el bienestar. 

La plaza está flanqueada por dos importantes edificios, el Museo de Bellas Artes, construido también para las celebraciones del Milenario, que alberga la colección de arte más importante de Hungría, con obras de Rafael, Bruegel, Velázquez, Goya y una importante muestra de El Greco; y al otro lado de la plaza se encuentra el Palacio del Arte, imponente edificio con un pórtico que descansa sobre seis columnas. Actualmente acoge exposiciones temporales y conciertos. 

Uno de los edificios de la Av. Andrassy orientado hacia la plaza, es el palacete residencia de la embajada Serbia, antigua embajada de Yugoslavia donde Imre Nagy, líder del levantamiento húngaro, se refugió en 1956 antes de ser arrestado por el ejército soviético. 

En medio del Városliget (Parque Municipal) se encuentra el sorprendente castillo de Vajdahunyad, levantado para el Milenario, es una combinación de estilos renacentista, gótico, barroco y romántico, concebido con la intención de mostrar la evolución de la arquitectura húngara en un solo edificio. La única parte abierta al público es el ala barroca, sede del Museo de Agricultura

También dentro del parque, se halla el que quizás sea el balneario más popular de Budapest, el Balneario Séchenyi, un amplio complejo de piscinas cubiertas y al aire libre que incluye los baños termales más profundos y calientes de Hungría. Un lugar perfecto para disfrutar de un típico baño húngaro. 

No lejos del balneario e igualmente dentro de los confines del parque, está ubicado el Zoo de Budapest, con más de 130 años de antigüedad, cuyas casas de fieras son construcciones protegidas realizadas en estilo secesionista tardío entre los años 1909 y 1911. 

Además de la Plaza de los Héroes y los edificios erigidos para las celebraciones del Milenario, para aquel evento se inauguró la primera línea de Metro en la Europa continental y se instalaron las primeras luces de gas en la ciudad. 

Salimos de la plaza, en otro recorrido panorámico de la ciudad, para dirigirnos hacia el Barrio del Castillo. La ciudad medieval de Buda, declarada Patrimonio de La humanidad, creció alrededor de un castillo construido por el rey Bela IV en el siglo XIII. Fue tomado en el siglo XVI por los tucos que saquearon Buda y, fueron los Habsburgo en el siglo XIX quienes restauraron y embellecieron la ciudad con el hermoso estilo imperial que luce hoy. Dentro del recinto del Castillo, se encuentra el mayor conjunto de edificios históricos de Budapest. 

El Palacio Real tiene su origen en un edificio construido en el siglo XIII, reconstruido en el XV por el rey Mátyás I y remodelado después de la II Guerra Mundial, cuando la cúpula tuvo que ser construida de nuevo. La mayor parte del actual palacio, se levantó en el siglo XVIII durante el reinado de Maria Teresa de Habsburgo. Una vez más encontramos otra huella histórica perteneciente a esta insigne emperatriz. Desde 1945 dos alas del palacio son sede de sendos museos, la Galería Nacional de Hungría que alberga más de 40.000 obras de arte y el Museo de Historia de Budapest que en sus colecciones recorre la historia de la ciudad y del castillo. 

Callejeando por el viejo barrio del Castillo, para disfrutar de su encanto, nos dirigimos a la Iglesia de Mátyás, iglesia que en su inicio fue consagrada a Ntra. Sra. de la Asunción y es en el siglo XIX cuando adoptó su nombre actual en homenaje al rey Mátyás Corvinus. En el siglo XIII, el rey Bela IV mandó construir una basílica de tres naves sobre el emplazamiento de una iglesia anterior. Este edificio adquirió sus dimensiones actuales durante los reinados de Segismundo de Luxemburgo y Mátyás, quien añadió la torre. Los turcos que se apoderaron de Buda en 1541 y transformaron la iglesia en mezquita y cubrieron sus muros de tapices. Liberada en 1686, fue entregada a los jesuitas por el rey Leopoldo I. Estos la dotaron de elementos barrocos.  

La Torre Mátyás se alza en la fachada principal con una altura de 80 m., la base cuadrada se transforma en octogonal en los niveles superiores y termina en una aguja de piedra de ornamentación gótica. A la izquierda del pórtico, la Torre Béla, más pequeña, es de estilo románico. Algo a destacar es la cubierta de la iglesia, de tejas esmaltadas características del siglo XV. Dispongámonos ahora a entrar por la Puerta de María para admirar la profusión de pinturas existentes en las bóvedas, paredes y pilares que a primera vista nos haría creer que se trata de una iglesia bizantina. Podremos visitar las capillas de San Ladislao, la de La Trinidad, la de San Emerio, la de Loreto y la preciosa pila bautismal en piedra tallada y con cubierta de bronce que descansa sobre cuatro pequeñas columnas adornadas en su base por un león. 

Aquí fueron coronados como soberanos de Hungría Francisco José y su esposa Sissi y Carlos IV, el último de los reyes de Hungría.

Separados por una plaza, nos encontramos con otro de los edificios emblemáticos de Budapest, el Bastión de los Pescadores, edificación de estilo neogótico y neorromántico realizado entre los años 1895 y 1902. Diseñado por Frigyes Schulek como un elegante sistema de escaleras que ascendían desde el Danubio hasta la cumbre de la colina, y cuya estructura final, engalanada con torrecillas, volutas, arcadas, escaleras y estatuas, fuera el punto más elevado.  

Las siete torres que lo coronan, representan las siete tribus magiares que se establecieron en la Panonia romana en el año 896. Este magnífico mirador que nos ofrece una espléndida vista del Danubio y de Pest (inolvidable la visión a través de uno de sus arcos de la silueta de la iglesia presbiteriana de Buda, el Danubio en medio y al fondo la blanca imagen del Parlamento de Hungría) recibe el nombre del gremio de pescadores responsable de defender este enclave de las murallas de la ciudad en la Edad Media. 

Entre el Bastión y la iglesia Mátyás, se instaló una estatua ecuestre en bronce del rey Esteban I de Hungría. El pedestal que la sostiene, es de estilo neorromántico y con relieves que ilustran la vida del rey fundador del estado húngaro. En el momento que la estábamos contemplando, junto al pedestal se había colocado un grupo coral que realizaba la visita a la ciudad y nos deleitó con su actuación, dando un mayor realce al escenario de la plaza. 

Frente al pórtico de la iglesia Mátyás, se alza el antiguoAyuntamiento, con la estatua de Palas Atenea en una de sus esquinas y la estatua barroca de la Trinidad en el centro de la plaza, erigida en el siglo XVIII, rodeada de algunas casas barrocas que sobrevivieron a la II Guerra Mundial. 

Legados a este punto, se nos concedía tiempo libre, hasta la hora de bajar a comer a Pest, para que diéramos rienda suelta a nuestra imaginación y siguiéramos explorando el resto del barrio del Castillo. 

Dirigimos nuestros pasos hacia un de los extremos del barrio, la Plaza de la Puerta de Viena, recorriendo la Tanscics utca. La puerta que pudimos contemplar es una réplica del original levantada con motivo del 250º aniversario de la expulsión de los turcos de Buda. La plaza está rodeada por típicas casas góticas y barrocas y en uno de sus extremos se encuentra el edificio del Archivo Nacional Húngaro, de estilo neorromántico y famoso por su tejado multicolor. 

Continuando el recorrido llegamos a la Kapisztrán tér, donde encontramos la Iglesia de Sta. María Magdalena, construida en el siglo XIII, hoy en ruinas pues solamente sobrevivió a la II Guerra Mundial la torre y el pórtico. Es un lugar encantador, alejado del bullicio turístico y donde se disfruta de una gran tranquilidad, solamente interrumpida por el corretear de los niños que a veces se acercan hasta allí. 

El regreso lo hicimos por la Uri utca (Calle de los Nobles), donde las fachadas góticas y barrocas aportan su peculiar carácter antiguo, aunque la mayoría de ellas fueron reconstruidas en la década de los años 50. Las más destacadas son la Casa Höbling, en el nº 31 con una magnífica fachada gótica, y el Museo del Teléfono en el nº 49. En el nº 9 de esta misma calle está la entrada al Laberinto de Budavár, una compleja red de túneles que se piensa fueron formados por los manantiales termales hace medio millón de años. 

Al final de la calle y como ya nos estaba haciendo mella el calor, nos sentamos en la terraza del Café Miró a tomarnos unas cervezas que nos refrescasen. La escena se completa con el encuentro con dos chicas de Gijón, a las que había conocido cuando trabajaba en la oficina de la Caja en Nuevo Gijón. Siempre es agradable encontrar compatriotas cuando nos hallamos en el extranjero. 

Tomamos el autocar y bajamos al centro de Pest para comer en el restaurante Karpatia, en la Vaci utca. Siguiendo la costumbre de todas las comidas que celebramos en establecimientos públicos, la música en directo, esta vez quizás un poco alta, amenizó el baile de camareros que nos sirvió otro monótono menú al estilo húngaro occidentalizado. 

Después de este paréntesis, reanudamos el programa previsto de visitas y nos dirigimos a uno de los monumentos más importantes y conocidos de Budapest, el Teatro Nacional de la Opera, palacio neorrenacentista con elementos barrocos, realizado por el arquitecto húngaro, Miklós Ybl. Abrió sus puertas el 27 de septiembre de 1884, con una ceremonia espectacular, en presencia del emperador José Francisco I. Vale la pena fijarse en las pinturas murales, que son obra de los mejores maestros del historicismo húngaro: Károly Lotz, Bertalan Székely y Mór Than, todas tratan temas relacionadas con la música. Magnífico el fresco de la cúpula que representan el poder y la universalidad de la música. Cabe así mismo destacar la rica ornamentación interior de columnatas de mármol, techos y bóvedas policromadas, la gran escalinata principal y el majestuoso rococó en rojo y dorado de los palcos de la sala de conciertos. Todo ello en conjunto, hace de este impresionante edificio una de las mejores y más elegantes salas de conciertos de Europa. 

Igual que nos sucedió al salir de la Ópera de Viena, volvimos a sentir un vacío, algo restaba incompleto después de realizar ambas visitas. Los edificios eran magníficos, sus instalaciones estupendas y el ambiente que se respiraba en ellas era de una pasión absoluta hacia una de las bellas artes: la música. Pero para llenar ese vacío habría sido necesario asistir a una de las representaciones que jalonan sus temporadas operísticas anuales. Una pena que quedará pendiente hasta una próxima visita. 

Nos acercamos después, hasta la Kossuyh Lajos tér, para rendir visita a “La Casa de la Patria”, el Parlamento Húngaro, esa colosal obra de arte que lleva más de 100 años reflejando su belleza en las serenas aguas del Danubio. 

El arquitecto encargado del proyecto original fue el húngaro Imre Steindl. La construcción del Parlamento se inició en 1885 y las obras duraron 17 años, siendo inaugurado en 1902. El edificio se construyó en ladrillo, recubierto de piedra tallada en los muros exteriores. 

El estilo exterior del edificio nos recuerda al neogótico inglés, con la introducción del  elemento barroco de la cúpula del Domo como eje de simetría y centro de la obra.  

El Parlamento de Hungría es una obra maravillosa vista de cerca, pero aún parece más hermosa desde la otra orilla, enmarcada por el Danubio y desde donde se puede apreciar mejor su simetría. 

La entrada principal está situada hacia la plaza Kossuth Lajos, pero desde un punto de vista estético, la fachada principal está orientada hacia el Danubio. Con una longitud de 250 m de largo, está formada por arcadas decoradas con motivos góticos y renacentistas y está coronada por una cúpula central (el Domo) de 96 m y por numerosos chapiteles góticos. 

Iniciamos la visita de su interior y respondiendo a las advertencias que nos habían hecho de sus vigilantes, sucedió un malentendido (posiblemente debido al idioma) con uno de ellos y tuvimos que aguantar su cara de perro rabioso toda la estancia en el Parlamento.

La Escalera Principal, que nos eleva desde la entrada hasta el Salón de la Cúpula, es una verdadera obra de arte del arquitecto Steindl. Alberga ocho columnas que soportan el techo, realizadas en granito bermejo de seis metro de alto y cuatro toneladas de peso. El techo está decorado con tres magníficos frescos, de Károly Lotz, que representan alegorías sobre la historia de Hungría. El primero es la “Apoteosis de la legislación”, el segundo es la “Glorificación de Hungría” y el tercero muestra el escudo húngaro sostenido por ángeles. 

Coronada la escalera principal nos adentramos en el Salón de la Cúpula, diseñado con forma poligonal de dieciséis lados que aumenta el sentido de su espaciosidad. El doble techo interno está formado por dos estrellas de dieciséis puntas intercaladas, de cerámica policromada. De las puntas de la mayor salen los nervios que reposarán en los pilares que soportan la cúpula. En la parte superior, los vanos están ocupados por cristaleras que aportan la luz natural al salón. Un primer piso lo conforma un corredor con arquerías y celosías de influencia bizantina. Esta estructura se configura en la planta, con arcos apuntados entre cada pilar y pequeñas bóvedas de crucería que soportan el corredor superior, ampliando el espacio del salón y terminando en las paredes exteriores con vidrieras policromadas con diseños geométricos. 

Las dieciséis puntas de la estrella menor del techo se adornan con los escudos pertenecientes a los dieciséis gobernantes húngaros cuyas estatuas están colocadas en cada uno de los pilares que sujetan la cúpula. 

Este espléndido salón es el corazón estructural y espiritual del edificio, donde en su época se celebraban las sesiones conjuntas de las dos cámaras del parlamento, y en el que hoy, podemos contemplar la Corona Real y los demás símbolos de la soberanía húngara. 

Continuamos la visita por las zonas enmarcadas en el recorrido permitido por la seguridad del Parlamento, no se puede visitar todo el edificio, llegando al Salón Fumador de los diputados, con cuatro columnas de granito a ambos lados, con arcos apuntados entre ellas, sobre cuyos capiteles reposan estatuas que representan los oficios del pueblo húngaro. Pero quizá lo más destacado de su decoración, sea la puerta tallada de madera rojiza con el escudo de Hungría sostenido por dos ángeles. Actualmente, el salón estaba ocupado por una exposición de murales y habitualmente es utilizado por la prensa. 

Atravesando un corto corredor, donde nos encontramos con la curiosidad de los ceniceros de metal numerados, cada uno correspondiente al escaño que ocupaba en la cámara, donde los diputados podían reposar sus cigarros, llegamos a la Cámara de Diputados. Esta gran sala donde predomina el color dorado de su decorado, con un techo profusamente artesonado, tres lados del recinto con un corredor de arquería y la parte superior ocupada por los ventanales enmarcados en arcos que filtran una luz dispersa sobre todo el espacio del salón, contiene los 438 escaños de los diputados del Parlamento de Hungría. En la cabecera del salón y sobre una plataforma elevada, se encuentra el estrado de oradores y la mesa de la cámara, sobre ella los escudos representativos de Hungría y a ambos lados, dos pinturas del artista Zsigmond Vajda. Una de ellas representa la primera sesión del primer Parlamento de representación popular el 5 de junio de1848. En la segunda se muestra al monje Astrid entregando a San Esteban su corona. 

Terminada la visita, volvemos a reunirnos en la elegante plaza de Kossuth Lajos  y fue, levantar la vista, y encontrarnos con el espléndido edificio neoclásico del Museo Etnográfico, cuya imponente fachada nos refleja la majestuosidad y el poder del imperio austrohúngaro. 

La plaza lleva el nombre de Lajos Kossuth, que lideró el levantamiento en 1848 contra los Habsburgo y se convirtió en miembro del primer gobierno democrático de Hungría. Un monumento frente al Parlamento recuerda el levantamiento. En el lado opuesto de la plaza se alza otro monumento que rinde homenaje a Ferenc Rákóczi, líder de la revuelta de 1703 contra el dominio austriaco. Muy cerca, nos encontramos con el monumento a Imre Nagy, primer ministro y líder del alzamiento en 1956 contra la UURRSS. Todos ellos confieren a esta plaza el valor de ser el símbolo de la independencia de Hungría. 

Volvimos a atravesar el Danubio para ir a descansar al hotel hasta la hora de la cena, reponer fuerzas y prepararnos para dar un paseo por el Budapest nocturno e iluminado, esa visión de la ciudad que nos transporta a un escenario diferente y completa la belleza y el embrujo que la hace merecedora de su denominación como la Perla del Danubio. 

Salimos del hotel y nos encontramos con la, no por reiterada menos impresionante vista del Parlamento iluminado, proyectado sobre las aguas del Danubio y festoneado por las luces de las embarcaciones que pululaban por el río. Nos dirigimos a  la otra orilla a través del puente más antiguo y conocido que une las dos ciudades de Buda y Pest, el Puente de las Cadenas, uno de los símbolos de Budapest inaugurado en 1849. Su estructura es la de un puente colgante de una longitud que alcanza los 400 metros, con un vano central de 202 y sus pilares emulan a arcos del triunfo, entrelazados por las cadenas que le dieron nombre. Al igual que muchos de los monumentos de la ciudad, fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial y reconstruido después en su forma original. Su visión iluminado le presta un mayor empaque y grandiosidad dentro del decorado nocturno de la ciudad. De cerca, lo que más puede impresionar son la enorme cantidad de arañas instaladas en sus telas, a lo largo de las balaustradas del puente, a la caza de los insectos que se acercan atraídos por las luces. Se podría pedir un poco de limpieza a los responsables municipales. 

 Ya en Pest, desembocamos en la Rosevelt tér, donde pudimos observar dos magníficos edificios. A la izquierda de la plaza, la Academia de las Ciencias, pieza clásica de la arquitectura neorrenacentista, inaugurada en 1864, donde destacan en su fachada las esculturas de Miklós Izsó que adornan la logia con arquería en la parte superior.

En el lugar preponderante de la plaza está el Palacio Gresham, impresionante edificio en estilo secesionista mandado construir en 1907 por la Gresham Life Assurance Company de Londres. La entrada principal está custodiada por una maravillosa puerta de hierro forjado con motivos de pavos reales. Actualmente está ocupado por el hotel de super-lujo Four Seasons, el mejor de Budapest. 

Continuamos el paseo por la Zrinyi utca, que nos conducía hasta la Basílica de San Esteban, una iglesia grande que solo destaca por sus anecdóticas circunstancias: ser la mayor y más alta de Budapest, su cúpula se divisa desde cualquier lugar de la ciudad, su campanario contiene la campana más pesada de Hungría (9 toneladas) y conservar la reliquia de la diestra momificada de San Esteban, fundador del Estado y de la iglesia de Hungría. 

Ezent István tér, la plaza donde se encuentra la basílica, era a aquellas horas un lugar idílico y tranquilo, a pesar de los numerosos restaurantes y terrazas de tabernas que ocupaban parte del plaza. Lugar idóneo para tomarnos unas cervezas antes de coger el camino de regreso hacia el hotel.

SÁBADO, 9 DE JUNIO DE 2007. BUDAPEST

Disponíamos de toda la jornada libre hasta la “Cena Zíngara”, que era el único acto del programa del viaje previsto para el día. Los que lo deseasen podían hacer uso del servicio de comedor del hotel para el almuerzo.

Era el día ideal para poder acercarse hasta aquellos rincones, que hasta el momento, el programa de visitas no nos había dejado tiempo para hacerlo; para realizar las compras de esos productos que nos ofrece diferenciadamente la ciudad; o hacer una visita a alguno de los múltiple balnearios de Budapest, lo que no dejaron de realizar algunos previsores compañeros de viaje que lo tenían marcado en su “hoja de ruta” y vinieron pertrechados para ello.

Todas estas alternativas, podrían conformar un programa muy completo dentro de la diversidad que nos ofrecía Budapest.

Terminado el desayuno, nos dirigimos por el puente de Las Cadenas a la orilla de Pest. Si nuestro objetivo son las compras, nuestros pasos deben dirigirse hacia la zona conocida como Belváros (Ciudad Interior), que es el centro comercial de Budapest, salpicado de hermosos edificio modernistas, tiendas y cafés. La arteria peatonal que lo atraviesa es Váci utca, que discurre entre Vörösmarty tér y Fövan tér.

Al final de la calle Váci, en Föván tér, nos encontramos con un monumental edificio de ladrillo rojo, coronado por torres neogóticas y con el tejado cubierto de tejas de cerámica vidriada policromada formando dibujos geométricos y cuyo interior es una inmensa nave metálica bajo la que proliferan multitud de puestos de venta. Se trata del Mercado Central (Vásárcsnok) uno de los ejemplos más bellos de la construcción en ladrillo de la época del historicismo húngaro.

Una vez recorrida la zona y realizadas las compras pertinentes (o impertinentes), es hora de acudir a aquellos rincones que nos apetecería visitar para tener una visión más completa de Budapest. Nos encontrábamos por los alrededores y decidimos acercarnos hasta Vigadó tér, situada frente al Danubio, con unas magníficas vistas del castillo y del puente de las Cadenas, es uno de los lugares más tranquilos de Budapest. La plaza está dominada por el bello edificio de la Sala de Conciertos Municipal (La Reduta de Budapest). Seguimos paseando por la Vigadó utca, donde nos paramos a contemplar el espectáculo de dos “alpinistas”, sujetos solamente por una cuerda, limpiaban la fachada de un edificio de cristal. Aquella dirección nos llevaba hacia otro reducto de la tranquilidad de esta zona centro de la ciudad, Vörösmarty tér, donde hicimos un alto para refrescarnos por dentro en una de las terrazas que poblaban la plaza.

Repuestos de la deshidratación y descansados los músculos de las piernas, nos fuimos a conocer el barrio, que en una época muy negra de esta ciudad, contenía el Gueto de Budapest, impuesto por los nazis a 70.000 judíos durante su ocupación de Hungría. Hoy alberga a una pequeña comunidad judía, con sinagogas, tiendas y restaurantes kosher. En este barrio tuve la prueba de que el sexo de los ángeles es femenino, como lo demostraba un relieve que ocupaba la mayor parte de la fachada de un edificio modernista. Pero el punto central y más importante de este barrio es la Gran Sinagoga, construida en 1859 en estilo bizantino-árabe, con una capacidad para 3.000 personas, es posiblemente la más espectacular y mayor de Europa. En su patio trasero se encuentra la escultura el Sauce del Recuerdo, obra del escultor Imre Varga, que en cada una de sus hojas tiene grabado el nombre de un judío muerto en el holocausto.

Se aproximaba la hora del almuerzo, así que pusimos rumbo a la estación del metro en Deán tér y regresamos al hotel.

Llevábamos bastantes días de viaje y los cuerpos empezaban a notar el cansancio. Nos pedían una tarde tranquila, dedicada al relax para recuperar fuerzas y poder seguir disfrutando plenamente de lo que nos restaba de viaje. Podíamos quedarnos a descansar en el hotel, o sentarnos tranquilamente en una terraza a ver pasar la tarde, pero la ciudad nos ofrecía otras alternativas que nos permitiría relajarnos y a la vez conocer otras caras de Budapest.

Alquilar unas bicicletas en el hotel era una opción apetecible, pues de ese modo podríamos acercarnos tranquilamente, a través del Magrit hid (puente Margarita), al verde y tranquilo oasis en medio del Danubio de Isla Margarita.

Lugar de recogimiento místico en la Edad Media, es hoy un grandioso y bello parque destinado al disfrute de sus visitantes. En él podemos encontrarnos con castaños   centenarios, jardines japoneses, ruinas de monasterios, un balneario de aguas termales y diferentes instalaciones para la práctica del deporte. Es el escenario ideal para pasar un día tranquilo al aire libre.

Pero no debemos olvidarnos de otra de las opciones de relajación y por la que es internacionalmente conocida Budapest, que en 1934 recibió el título honorífico de Ciudad de Balnearios, por ser la capital que dispone de un mayor número de manantiales de aguas termales y medicinales del mundo.

Aunque ya existían termas en época de los romanos y de uso más extendido en la Edad Media, fue sin embargo durante la dominación turca cuando comenzó el auge de estas instalaciones. De ésta época datan y aún están en funcionamiento, los balnearios Király, Rudas y Rác, con sus cúpulas otomanas y piscinas octogonales.

Pero de los numerosos balnearios de Budapest, el más elegante y espléndido es el del Hotel Gellért. Este hermoso edificio, construido durante la etapa final del imperio de los Habsburgo, es un buen ejemplo del estilo secesión húngaro, complementado con sus torres cilíndricas de estilo oriental que nos recuerdas los antiguos baños turcos que ocuparon este lugar. A pesar de su impresionante fachada, lo que más se conoce de este balneario es su soberbia piscina neoclásica, rodeada de una galería superior con columnas dobles de mármol que se sumergen en el intenso azul del agua de la pileta, decorada con vistosos mosaicos y el techo vidriado estilo art-deco. Solamente por contemplar tal belleza merece darse un baño en ella. Las sensaciones de los compañeros que hicieron realidad esta experiencia, corroboran la fama que la precede.

Sobre la 19:15 h de la tarde, tomamos el autocar para dirigirnos a las afueras de Budapest y a través de un puente de hierro salvar uno de los brazos del Danubio y entrar en la isla de Obuda, donde cumpliríamos con el ritual de asistir a la típica “Cena Zíngara”. Llegamos al restaurante Ladik Csarda y nos recibieron a la puerta, como nos había dicho la guía, con un chupito de paliwka (licor de frutas y miel) y bogacha (pastelillo salado).  Pasamos al interior, de lo que parece un hangar a modo de comedor con dos filas de mesas corridas, donde nos juntamos con grupos de turistas de otras nacionalidades y de otras provincias españolas. Precisamente, una miembro de un grupo de Valencia un tanto achispada, montó el numerito provocando salazmente a los músicos que amenizaban la cena.

El menú era el habitual de esta serie de actos: embutidos, goulash servido en calderos metálicos que hacía más rechazable el plato (creo que de mi mesa solamente lo comió un servidor), brochetas, jabalí y de postre bizcochos con nuez, chocolate y nata. Todo ello regado con vino malejo escanciado desde pipetas de cristal, agua, cerveza y para rebajar el vino algo que hacía bastantes años había dejado de ver y que me hizo recordar escenas de mi infancia en Mieres, cuando veía pasar la camioneta de “Sifones Viso”.

Durante todo el tiempo que duró la cena, se turnaron las actuaciones de músicos zíngaros con la de músicos húngaros, estos últimos acompañados de danzas folclóricas.

Terminada la cena, nos dirigimos al embarcadero del restaurante, pues íbamos a realizar la vuelta en barco. Nos recibieron con una copa de espumoso caliente y malo que nos sirvió para seguir brindando por ¡¡¡ ossssssstriaaa !!!  y arrojar las copas por la borda.

Era el broche de oro que redondeaba la visita a Budapest. El barco nos trasladó navegando por ambas orillas y pudimos contemplar el maravilloso espectáculo de los monumentos y puentes profusamente iluminados, confirmando el embrujo de la Perla del Danubio, que nos dejarían en nuestras retinas gravadas unas imágenes que nos resultarían inolvidables.

DOMINGO, 10 DE JUNIO DE 2007. BUDAPEST – MADRID – ASTURIAS

Último día en Budapest y llegamos a él con el convencimiento de que solamente nos llevamos una mínima impresión de lo que realmente es y nos puede ofrecer esta ciudad, pero seguramente la suficiente, como para producirnos la agradable sensación de que merecería sobradamente repetir la visita.

Irnos de Budapest es dejar atrás una melancólica ciudad de ensueño, con añoranzas de pueblo milenario, en la que se funden la belleza y la tragedia de su historia.

Salimos a las 15:30 h en el vuelo UX1318 de Air Europa, desde el aeropuerto Ferihegy de Budapest con destino al aeropuerto Madrid-Barajas.

¡¡ ESTA VEZ LLEGAMOS CON TODAS LAS MALETAS !!