Cristina Cuesta GarcÍa Compañera de la Caja, en la oficina de Lugones |
El pasado 15 de abril, tras la jornada de trabajo, comenzamos nuestra “Escapada a La Rioja Alavesa”. El fin de semana surgió para animar a “la juventud” de la caja a participar en las salidas del club de viajes. La escasa participación de los más jóvenes de esta casa hizo que el sorteo de “¿quién hace la crónica?” tuviera pocos participantes y que la que escribe este texto tuviera todas las papeletas.
Tras la oportuna recogida de viajeros, nos dirigimos a Vitoria, una ciudad acogedora y muy “para el peatón”. Nos alojamos en el Hotel AC General Álava, que resultó muy cómodo para poder disfrutar del centro de la cuidad en los momentos de tiempo libre.
Tras una cena de pintxos y vinos y un sueño reparador, el madrugón del sábado no se hizo demasiado cuesta arriba.
La puntualidad caracteriza al grupo, como bien nos hizo saber Viso, y podemos dar fe de ello.
El sábado dio mucho de sí con la visita a los monasterios de San Millán de la Cogolla.
El Monasterio de Yuso, cuna de la lengua castellana, fue el primero que visitamos y, también, donde surgió la primera anécdota, dado que el grupo entró un poquito antes de la hora prevista y en el recuento se formó un pequeño lío que hizo que se olvidaran de mi compañera y de mí, hasta que se dieron cuenta y alguien hizo ver que “faltan las niñas!!!!!”.
Cuenta la leyenda que el rey García Sánchez III de Navarra quiso trasladar los restos de S. Millán desde el Monasterio de Suso (arriba) al de Santa María la Real de Nájera, que acababa de construir. Al hacer el recorrido, los bueyes pararon en un punto determinado, siendo imposible conseguir que avanzaran. El rey entendió que S. Millán quería quedarse allí, y mandó construir el M. de Yuso.
Además de la arquitectura y las pinturas que adornan paredes y techos, me sorprendieron mucho los llamados “libros de bolsillo”, que recogen “los cantorales”. Tapas de madera unidas con cuerda y forradas de piel de toro, con hojas de piel de ternero recién nacido (de cada uno se obtenían dos hojas, una del estómago y otra de la espalda). Los libros pesan de 40 a 60 kilos y eran transportados por entre 2 y 4 personas para los cantos diarios.
Tras la visita a Yuso, nos trasladamos en microbús al Monasterio de Suso. Éste surgió a partir de las cuevas en las que vivían Millán y una pequeña comunidad creada entorno a su figura.
Al morir Millán, su comunidad continuó reuniéndose en torno a su sepultura, en lo que fue el germen del M. de Suso.
Actualmente, no queda demasiado de este templo, por lo que las visitas están muy controladas (por peligro de que ceda el terreno), las fotos prohibidas y el acceso permitido únicamente en el microbús.
Terminada esta visita, nos quedamos a comer en el restaurante situado cerca del M. de Yuso, donde pudimos poner en común las impresiones de esta primera parte del viaje, y donde nuestra guía nos puso al día del carácter de los vitorianos y de las zonas más concurridas de la ciudad.
Tras el almuerzo y la sobremesa, nos pusimos en marcha hacia Nájera, para visitar Santa María la Real tras un tiempo para “callejear” la ciudad.
Cuentan que el rey García “el de Nájera” se encontraba cazando con su halcón, cuando éste persiguió a una paloma hasta entrar en una cueva. Cuando el rey llegó, encontró una imagen de la virgen en el interior con un ramo de azucenas y una campana, y las aves reconciliadas. El rey decidió, entonces, construir el monasterio a partir de esta cueva. Es esta una de las particularidades del templo, ya que la edificación toma a la montaña como una de sus paredes.
De Santa María la Real me sorprendieron “la sillería del coro” y las sepulturas de un gran número de integrantes de la familia real de Nájera y Navarra.
Tras finalizar la visita y aprovechar para comprar algún souvenir, regresamos a Vitoria para descansar y prepararnos para la cena y el “copeteo” por la ciudad.
El madrugón del domingo se hizo más pesado, quizás por el cansancio acumulado.
Aprovechamos la mañana del domingo para descubrir los secretos de Vitoria de la mano de nuestra guía, que nos hizo un recorrido por las zonas más nuevas y por el centro histórico de la ciudad. Además, nos presentó a Celedón, el personaje que da pistoletazo de salida a las fiestas en honor a La Virgen Blanca.
A media mañana el autobús nos lleva a Briones para visitar la Bodega y el Museo de la Dinastía Vivanco.
La bodega es impresionante, y tuvimos la oportunidad de conocer de primera mano el proceso de elaboración del vino, desde la vendimia y selección de la uva a mano, a la fermentación y el embotellado. Finalmente, disfrutamos de la degustación de unos vinos “espectaculares”.
A través de los años, los integrantes de la familia Vivanco han recopilado múltiples objetos relacionados con la uva y el vino. Finalmente, han construido un museo en el que exponen su enorme colección, en la que destacan dos Picasso y un Sorolla.
Terminada la visita, almorzamos en el restaurante de la propia bodega y aprovechamos la tienda para llevarnos una parte de su “oro tinto” para casa.
El viaje de vuelta en autobús, como el de ida, no tuvo ningún sobresalto. Es digna de mención la profesionalidad de Enrique, nuestro chófer, que tenía la tentación del vino muy cerca y se mantuvo en su lugar en todo momento. Además, gracias a él aprendimos que “el limpia cristales lo cura todo”.
Permitirme que finalice esta crónica parafraseando al señor Portokalos cuando, en la boda de su hija Toula, dice aquello de “vosotros sois naranjas y nosotros manzanas, pero todos somos frutos”
Creo que esta frase de la película “Mi gran boda griega” (que vimos en el viaje de ida) es perfecta para dejar constancia que durante esta “escapada” hemos dejado de distinguir entre jóvenes y veteranos y hemos sido, simplemente, viajeros.
Un abrazo para todos y hasta la próxima.