Josefina Rios Garcia Compañera de la Caja, en la Of. de Las Artes |
Esta vez me ha tocado a mí. He sido la “victima” elegida para hacer la crónica del viaje a Zamora, así que procurare contaros lo mejor que sepa nuestra experiencia por tierras castellanas.
Rocio, nuestra guía, fue la encargada de ampliar nuestra cultura este fin de semana. El sábado después del desayuno, nos esperaba delante de nuestro hotel para acompañarnos en la visita guiada de la ciudad.
El día anterior, después de la habitual parada en el área de servicio de Palazuelos (me consta, que para más de uno, el tamaño XL de los bocadillos de este sitio le supone un aliciente añadido al viaje) habíamos llegado a Zamora a la hora prevista, al Meliá Horus que iba a ser nuestro alojamiento, bien situado en el centro de la ciudad. Si alguna vez os alojáis aquí, fijaros en los detalles de marquetería del mobiliario de las habitaciones. Cena en el hotel y paseo nocturno por la ciudad, que aunque se alargó más de la cuenta, no impidió que al día siguiente estuviéramos en el hall a la hora prevista.
Iniciamos el recorrido en la iglesia de la Puerta Nueva dominando la Plaza Mayor. Delante de ella el grupo escultórico Marlu recuerda la importancia de la semana santa zamorana. En la misma plaza, los dos ayuntamientos enfrentados. Visitamos la iglesia de la Magdalena con su adornada puerta lateral y la iglesia de S. Pedro y S. Ildefonso donde contrastan ya los detalles barrocos. En la plaza de Viriato rememoramos las ocho victorias de este héroe local ante los romanos, hoy representadas en la bandera de la ciudad. Y por supuesto, la “perla del Duero” su catedral, dedicada al Salvador, con su esplendido cimborrio decorado con escamas es el elemento mas llamativo y original del templo y autentico símbolo de la ciudad. Entre los tesoros que alberga se encuentran una colección de tapices a los que dedicamos una especial atención al igual que a otros detalles de su interior como a la sillería del coro y los retablos. En una de las capillas, dos compañeros moscones descubrieron la tumba de un posible antepasado, eso si, muy bien enterrado en su suntuoso sepulcro de alabastro. Por ultimo el castillo, y delante de la puerta de la traición ¿o lealtad? nos acordamos de los tiempos medievales en los que el rey Sancho II intentaba tomar la ciudad gobernada por su hermana Dña. Urraca, y que dio lugar a la célebre frase Zamora no se ganó en una hora (para los curiosos, según las crónicas, fueron siete meses el tiempo que llevó conquistar la ciudad.) Bueno, y con esto dimos por finalizada la visita a “la bien cercada” ciudad del románico.
Nuestro siguiente destino era la ciudad de Miranda Do Douro donde estaba prevista la comida en el restaurante O Mirandés. Entre otros platos, degustamos el famoso bacalao, esta vez en su modalidad de “bacalhau obrás”.No tuvimos mucho tiempo para la sobremesa, ya que a las tres y media teníamos reservada nuestra excursión por el desfiladero de los Arribes del Duero. En el Escoda, un barco acondicionado para realizar esta travesía, y acompañados de Gloria que nos fue explicando en portuñol-como ella misma lo definió-las características de esta zona, su diversa flora y fauna, disfrutamos del maravilloso paisaje que ofrecía el Duero entre los altos acantilados. El viaje duró aproximadamente una hora y en el trayecto de vuelta pudimos subir a la parte alta del barco, donde poniendo a prueba nuestras cervicales, intentábamos divisar algún buitre o águila real (y como siempre, los prismáticos en casa). Ya de regreso al Centro Ambiental de Miranda, nos ofrecieron un vino de oporto mientras asistíamos a una exhibición de aves rapaces. Una lechuza real con unos fascinantes ojos color ámbar nos miraba con total indiferencia, girando su cabeza de un lado a otro demostrando que entre sus problemas no estaban las dolencias de cuello.
Tuvimos una hora libre en Miranda Do Douro y pudimos pasear por su casco antiguo o realizar algunas compras. Como nuestras necesidades de toallas y otros artículos textiles estaban cubiertas, colaboramos poco a la recuperación económica del país vecino.
En el regreso hacia Zamora habíamos quedado con nuestra guía en El Campillo para enseñarnos una de las joyas del arte español. Por un “lapsus” en el GPS fuimos a dar a un pueblo próximo donde fuimos la atracción de tres lugareñas ataviadas a la antigua usanza que nos miraban con curiosidad y recelo al sentirse amenazadas por nuestro autobús. Una vez situados en El Campillo, Rocio nos enseño la iglesia visigoda de S. Pedro de la Nave, uno de los monumentos del siglo VII mejor conservados, especialmente sus relieves del interior. Los trabajos de restauración de este templo han sido uno de los más importantes realizados en España, incluyendo su traslado desde otro pueblo sacrificado por un embalse.
Este sábado se celebraba un gran acontecimiento deportivo. Se jugaba la final de la copa de Europa entre el FC Barcelona y el Manchester. Se notó en alguna silla vacía en el comedor. Cuando estábamos acabando de cenar alguien entró gritando ¡Gana 3 a 1 el Barcelona! ¡Bieeeeeeeeen! dijeron unos aplaudiendo, otros callaron como muertos. Hay silencios muy significativos. Tanto unos como otros celebramos la victoria por las calles de Zamora, mas concurridas de lo habitual con alegres culés.
El domingo a primera hora de la mañana nos esperaba de nuevo Rocío para visitar la ciudad del vino. También coincidimos con un compañero de Avilés que tiene la suerte de pertenecer al envidiado grupo de los jubilados y que estaba pasando unos días en Toro. Se sintió muy orgulloso de que el grupo visitara su ciudad natal, recomendándonos las visitas imprescindibles, por supuesto, su Colegiata dedicada a Santa María con su llamativo Pórtico de la Majestad. Entre las obras de arte que hay en su museo destacan el famoso cuadro flamenco de La Virgen de la Mosca y un Calvario de marfil y carey que bien merece una observación detallada.
Después de la visita de la Colegiata se produjo una división del grupo entre los más resistentes que siguieron visitando la iglesia de S Lorenzo el Real y los que preferimos disfrutar de un tiempo de libertad por los soportales de la Plaza Mayor de Toro.
¿Sabéis que hay trece villas en el mundo dedicadas al libro? Urueña es una de ellas. Aquí, desde lo alto de sus murallas se puede comprender como los campos castellanos han inspirado a muchos de nuestros autores. En esta pequeña villa medieval realizamos nuestra última parada para comer en el Mesón Viña de Urueña, degustando una variedad de platos de la zona.
A la hora señalada (que bien enseñados nos tienen estos chicos del grupo de viajes, todos puntuales como suizos) ya estábamos en el autobús para la vuelta a casa. En el viaje, a elegir, “cabezadita”, película o disfrutar por la ventanilla de la vista de los campos de amapolas.
Gracias a los organizadores, coordinadores y compañeros de viaje que hicieron que pueda añadir a mi colección de buenos recuerdos este fin de semana por tierras zamoranas.
Nos vemos en un próximo destino.