CRÓNICAS 2018

SUR DE PORTUGAL: ALGARVE Y ALENTEJO

Antonio María Menéndez

Socio del Club, antiguo empleado de la Caja

O MAR FALA DE TI

Sentado en una tarde ya de primavera en una plácida y tranquila terraza sobre la playa de Albufeira, contemplando una hermosa y serena puesta de sol, mientras tomamos una cerveza, me viene a la memoria una novela corta de Julio Verne titulada, “El rayo Verde”. En ella narra un curioso y raro efecto climatológico: el último rayo del sol cuando se pone sobre el mar es de un intenso color verde. Es prácticamente imposible de ver pues apenas dura un cuarto de segundo y tiene que ser un día muy claro, sin nubes, brumas, neblinas ni ningún tipo de contaminación, pero quien lo consiga ver, según cuenta la leyenda que sobre él se ha formado, consigue mirar dentro de su corazón. Desde nuestra posición no lo podríamos ver de ninguna manera pues el sol en estos días cae sobre una lengua de tierra, pero así como la protagonista de la novela se lanza en un viaje por toda la costa de su Escocia natal en su afán de ver dicho rayo; nosotros nos preparamos para recorrer, cada uno con sus afanes, sueños o esperanzas toda esta zona de costa, de barlovento a sotavento, playas y acantilados con sus pueblos blancos que situados en sus cimas miran con nostalgia y melancolía a este mar infinito que suponía en su momento el fin del mundo conocido.

Una tierra de clima mediterráneo aunque está sentada sobre el atlántico y en sus pueblos todavía se respira un perfume árabe que dejaron los taifas de Sagres y Algarve en el Al – Garb al – Andalus, literalmente el occidente del Al – Andalus. Conquistado por los cristianos en el año 1292 el reino del Algarve existió legalmente hasta 1910, un reino que acogió la Escuela de Sagres que fue la cuna de los grandes navegantes portugueses que hicieron de Portugal un potencia marítima en el siglo XV. Hoy en día la industria del turismo va transformando el paisaje y la vida cotidiana pero sus pueblos aún conservan la singularidad de su carácter y tradiciones.

Entramos desde Andalucía cruzando el rio Guadiana y recorremos las dos regiones en que se subdivide la región, el barlovento y el sotavento y paramos en Faro, su capital, cuyas murallas y puerto nos habla de su importancia para los romanos y árabes. En su centro histórico sin embargo solo tenemos edificios cristianos con su Catedral en una plaza donde florecen los naranjos y rodeada de palacios, iglesias y casas en las que se sigue tendiendo la ropa al sol en ventanas y balcones. El aeropuerto, tan cercano que los aviones pasan a escasos metros por encima de nuestras cabezas sobrevolando con su estruendo las casas y las marismas hasta tomar tierra.

Viajando hacia el oeste van surgiendo las urbanizaciones de lujo antes de entrar en los pueblos blancos y entre naranjos, olivos y viñedos pasamos por Quinta de Lagos y Vilamoura con su puerto deportivo, sus hoteles y campos de golf y hacemos noche en Albufeira con su larga playa al pie de un farallón rocoso coronado por una cinta de casas blancas.

La ciudad de Lagos, encaramada en la Porta de Piedade posee un bello casco de estilo colonial con la Fortaleza de Bandeira dominado el puerto. En la plaza del Infante don Henrique aún se conserva el edificio del primer mercado de esclavos que hubo en Europa. De sus muelles zarparon las expediciones portuguesas hacia África y América.

El Cabo de San Vicente o Cabo do fin de Mondo es el extremo suroccidental de Europa y se adentra en el atlántico con su poderosos acantilados y desafiando los fuertes vientos que le mar le envía y domina la población de Sagres, decisiva base para los navegantes del siglo XV. Hoy sus playas de Mareta y Tonel congregan a los surfistas que disfrutan de sus vientos y altas olas, el arenal de Baleeira, más tranquilo se reserva para los bañistas. En el puerto se descargan los pescados de la zona para elaborar sus sopas de peixe, caldeiradas y pescados en cataplana, típicos de esta zona.

De regreso pasaos por la Vila do Bispo, la sierra de Monchique, un verde mirador sobre el mar para llegar a Silves que fue la capital del Algarve árabe, coronada por su castillo y su catedral. La ciudad es famosa por sus “dulces folhados” y la miel de naranja, lavanda y romero. Su paisaje lo forman bosques de olivos, higueras, robles, encinas, alcornoques pero sobre todo almendros que se explican por la leyenda que dice que el rey moro los plantó para que al florecer una vez al año, su esposa pudiera evocar el paisaje blanco de su país nórdico de origen Tavira es una pequeña población con su castillo en la cima y más famosa por sus playas como Praia do Barril. Además de las arenas doradas y las aguas limpias, la playa ofrece una visión de la herencia y tradiciones de la región, y es el lugar en que se encuentra el Cemitério das Âncoras, una característica realmente única del Algarve.

De paso también visitamos otros pueblos como Alte que para muchos es el pueblo más típico del Algarve. Este pequeño pueblo de casas encaladas con chimeneas cargadas de arabescos, flanqueadas por árboles se encuentra situado en el municipio de Loulé, en el corazón del Algarve. Aquí en Loule destacar el santuario mariano de culto a la Virgen de Fátima, tan extendido en todo el país y también el pueblo de Olhao con sus mercados y el pueblecito de Santa Lucia con sus barcas.

Abandonamos esta región y nos adentramos en el Alentejo, literalmente más allá del Tajo, también con pueblos colgados sobre el mar pero el paisaje cambia el olivo por la vid con una larga tradición vinícola por lo que una parada en una bodega parece obligada. En ella degustamos un vino blanco transparente que nos delita el paladar y un vino de agua, que para su envejecimiento se emplea el agua en lugar de la bodega.

Pasamos primero por las poblaciones de la costa como Vilanova de Milfontes situada en la foz del rio Mira, pueblo que mira al mar y sus playas. Algo más al sur está la ciudad de Sines que, al llegar, marca un contraste con el resto de la costa. En realidad, la imagen industrial de los alrededores viene dada por un importante puerto y una zona relacionada con la industria del petróleo. Sin embargo, la ciudad es tranquila y está dominada por lo que queda de un castillo desde cuyas murallas hay buenas vistas del puerto pesquero y deportivo.

Os escribo por última vez y por la diferencia de los términos y del estilo de la carta espero haceros comprender que la fin me convencisteis de que ya no me amáis y que así pues, también he de dejar de amaros.-

Así se inicia la quinta y última carta que compone el librito Cartas portuguesas que apareció en París en 1669 y que la historia o la leyenda atribuyen a Mariana Alcaforado, monja portuguesa del convento de la Concepción de Beja.

Se da por hecho que Doña Mariana vivió una apasionada historia de amor con el capitán del ejército francés Noël Bouton, conde Chamilly, a quien conoció mientras su ejército apoyaba entre 1660 y 1667 a los portugueses contra España en la llamada Guerra de Restauración. Al menos gracias a estas cartas Beja, tan alejada del mundo, es famosa en círculos literarios ya que la obrita se ha convertido en un clásico de la literatura romántica. Estas cartas de la monja, de noble cuna y que vivió toda su vida en el convento, sirven hoy de excusa para conocer Beja, situada en el Alentejo, la región al otro lado del fronterizo Guadiana, de llanuras onduladas abrasadas por el sol, cruzadas por sierras bajas entre campos de trigo y olivares.

Esta ciudad se encuentra localizada en el corazón de una zona turística regional conocida como Planície Dourada (Llanura Dorada) debido a que se encuentra rodeada de un mar de campos de trigo. En su arquitectura destaca la Iglesia de Santa Maria da Feira, reconstruida los siglos XV y posteriores, y con una galería-atrio de estilo gótico típicamente alentejano. También merece la pena visitar la Sé o Catedral de Beja, un elegante edificio con un interesante panel de azulejos del siglo XVIII.

Una vez vista la catedral conviene seguir hacia el Castillo de Beja con su impresionante torre del homenaje de más de 40 metros de altura, que ofrece las mejores vistas sobre la ciudad y la inmensidad de la llanura alentejana.

Monsaraz, es un pequeño pueblo que reúne varias cosas que lo hacen algo más que espectacular. Como cualquier pueblo en lo alto de una montaña tiene su castillo, donde el ejército aguardaba impaciente cualquier invasión desde España. Un lago, aunque reciente, ya que nació en el siglo XXI para dar agua a la zona, parece un mar y es hasta es navegable. Si esta en lo alto y hay un lago como el Alqueva, las vistas, imaginaros, son de película. Cerrad los ojos y pensad en cientos de brazos y rincones que salen de ese lago, donde el amanecer es único, y que rivaliza casi en belleza con las calles estrechas y casitas blancas del pueblo. Las dos iglesias del pueblo, Igreja de Nª Srª da Lagoa, la más grande y la que domina la plaza, y la Igreja da Misericórdia, que no siempre está abierta, merecen la pena entrar en su interior. Sus retablos y las columnas llaman la atención. Al final de la calle principal, rua Direita, aparece el castillo, no muy lejos de la Casa de la Inquisición. Aunque a día de hoy hay una plaza de toros en su interior, no os dejéis engañar, antes era otra cosa. Era tan sencillo donde se escondían y dormían las tropas del castillo.

Y terminamos en Évora. Entre las cosas que ver podemos combinar a partes iguales las ruinas romanas, las iglesias y conventos y la arquitectura tradicional. Podemos empezar la ruta en la Plaza de Giraldo, que está considerado el centro de Évora, con soportales que albergan tiendas y restaurantes, así como una fuente en su parte central.

De la época romana, lo más representativo son las ruinas del templo romano, situado en la Plaza Conde Vila Flor (en pleno centro de la ciudad), que datan del siglo I y- por conservación y características- es único en Portugal. El templo no se conserva entero, sino tan sólo una serie de columnas, pero es suficiente como para hacerse una idea de cómo sería el edificio original. Es uno de los emblemas de Évora.

Hay una iglesia especialmente llamativa para quien visita Évora, aunque no sea la más importante de la ciudad. Se trata de la Iglesia de San Francisco y es conocida internacionalmente no tanto por su arquitectura gótico manuelina como por su adyacente Capilla de los Huesos (Capela dos Ossos). La Capilla de los Huesos de Évora es una capilla lateral de la iglesia anteriormente citada y recibe su nombre porque todos sus muros de sus tres pequeñas salas están cubiertos de calaveras y huesos humanos, como imagen de lo efímera que es la existencia terrenal. Su construcción data del siglo XVI. La capilla tiene un acceso lateral por un patio de la iglesia y hay que pagar entrada para contemplarla. No obstante, la principal iglesia de Évora es su Catedral, construida entre los siglos XIII y XIV, que es uno de los edificios de estilo gótico más importantes de la ciudad. Destacan las esculturas de su pórtico y su claustro.

Évora es también una ciudad rica en palacios. En la mayor parte de ellos el estilo arquitectónico es el gótico manuelino. El más famoso es el de los Duques de Cadaval, aunque no es el más antiguo. Entre los palacios que ver en Évora también destaca el de Vasco da Gama, el de los Condes de Basto y el antiguo Palacio Real (también conocido como Palacio de Don Manuel). La mayor parte de ellos no están abiertos al público como museos, así que tendremos que conformarnos con verlos por fuera.

También es llamativo el acueducto de Água de Prata, que data del siglo XVI, que se prolonga por espacio de 9 kilómetros y recorre varias zonas del centro histórico de Évora.

Pero, para mi gusto, lo mejor de Évora es pasear por sus calles empedradas y contemplar las decenas de edificios singulares que podemos encontrarnos en cualquier recoveco del intrincando centro histórico de la ciudad, entre casas bajas típicas del Alentejo con fachadas blancas y amarillas. Y, por supuesto, también es una buena idea probar en Évora la rica gastronomía del Alentejo con platos contundentes y sabrosos, como la carne de porco à alentejana o las migas à alentejana.

Pasado ya un tiempo, demasiado me temo, me pongo a escribir estas notas de viaje mientras escucho la cálida, melosa y suave voz de Mafalda Arnauth interpretando ese hermoso, triste, bello pero melancólico, nostálgico y fatalista fado que nos habla de ese mar que es principio y fin, que nos trae sueños y tragedias, esperanzas y dolor, cuyo título tomo:

Talvez ali seja o lugar ondee eu possa afirmar
Que me fiz mais humano quando, por perder o pé
Senti que a alma e um océano
Eu sei que o mar mao me escloheu
Eu sei que o mar fala de ti
Mas ele sabe que fui eu
Que te levei ao mar quando te vi

Me apasiona el fado y eso me hace ver, siempre que voy a Portugal, ese toque de saudade o nostalgia en su paisaje, sus gentes y su ambiente. Hoy la canción y la añoranza de esos días me traen el recuerdo de esos atardeceres en la playa de Albufeira en tan grata compañía que han hecho de estos días un recuerdo imborrable de felicidad aunque los sentimientos se me acumulan y me hacen sentir ¡qué lejos me está Paris!

Julio de 2018